Carolina, la Arantxa del bádminton

El bádminton ha entrado en nuestras vidas. Como un día entró la Fórmula 1 con Alonso o la sincronizada con Gemma Mengual. Nos lo ha traído Carolina Marín. Desde ayer, campeona del mundo de bádminton. Como si un español gana el mundial de ping-pong. El hecho es tan insólito que es normal que todos hablemos de ello. Lo que no es tan normal es que la redacción de un periódico se pare para ver el desenlace de esa final. Menos aún, que grite cada tanto y se emocione con Carolina Marín. Eso, trasladado a miles de hogares, convierte a esta onubense de 21 años en la Arantxa del bádminton, con quien es fácil identificarse por su naturalidad y por su expresión melancólica, pero a la vez por su fuerza, pasión, esfuerzo y ¿por qué no? con su juego.

No es que nos vayamos a convertir ahora en unos expertos en bádminton, pero esta niña juega una barbaridad. No por haber ganado a la mejor del mundo (hasta ayer), sino por sus golpes increíbles. Otro dato que ayudó a que cuantos comenzaran a ver el partido se engancharan, es que el bádminton se nos mostró como un juego sorprendente. De él sabíamos, pero nunca le habíamos puesto atención. Hasta que Carolina nos lo ha enseñado. El volante (la pelota), va y viene, sube y baja, a veces a velocidad de vértigo, a veces cayendo como la pluma que es. Ha nacido una estrella que va a popularizar este deporte hasta donde ni Lissavetzky se imaginaba cuando apostó por Cabello como presidente más joven de una federación. Al tiempo.