Los grandes se han olvidado de perder o dudar

Ahora el Barça dudó ante un oscuro equipo chipriota y por poco palma. El Olympiacos de Míchel le zurró la badana al Atlético (por las crónicas parece que fue sólo a su portero). Y el Real Madrid, debilitado en la Liga por el citado Atlético y por la aguerrida Real Sociedad, aguanta las dudas goleando a un equipo suizo que tampoco lució mucho.

A este último respecto debo decir algo: después del partido del Madrid, que arrasó, escuché a los comentaristas de la radio y de la televisión; como me había perdido la segunda parte me costó dios y ayuda saber cómo había quedado el partido, hasta el punto que llegué a pensar, debido al tono de los comentarios, que el Real estuvo cerca del desastre de un empate. Esto hubiera sido milagroso, claro está, porque la primera parte terminó 4-1. Pero ya se sabe que en el fútbol hay magia, milagros y cintas de vídeo.

Pero, en fin, no pasó. Lo que pasó, en el caso del Real Madrid, es que la piel de la afición (y de la crítica) está muy sensible después de aquellos tropiezos en la Liga; se cuestiona todo, del rey abajo, y ya el rey no es solamente Casillas (que lo fue) sino Florentino, al que otra vez lo ha salvado la Copa de Europa.

Para mi gusto lo que sucede es que los grandes han perdido el sentido de la derrota, que no es (como advertía el siempre querido Rudyard Kiping) sino la parte de atrás de una moneda que esconde una impostura: ganar no es tan importante, lo importante es saber ganar… porque se sepa perder. La costumbre de ganar es como la costumbre de vivir, que diría el Cervantes José Manuel Caballero Bonald. Se acostumbra uno a vivir, surge un contratiempo y ya no almuerza, pierde el apetito.

A las tres aficiones grandes de la Liga (con el permiso de todas las demás) les está pasando eso: se han olvidado de perder, se han acostumbrado a ganar, y ahí las vemos, inquietas porque al (nuevo) portero del Atlético se las meten sin recato, asustadas porque al Madrid se les sube a las barbas un Basilea de nada (¡al que ganaron 5-1!) y el Barça tiembla porque si no hubiera sido por Piqué no hubiera cantado con sosiego el número de su porvenir en la Champions.

Sosegáos, que diría el clásico. Al Barça no le ha pasado otra enfermedad, de momento, que la de la pájara, igual que le ha sucedido, en Champions, al Atlético, y en la Liga al Madrid. Ni está todo el pescado vendido ni es el fin del mundo; pero lo grande del fútbol (ahora) es que cada partido es el apocalipsis o la salvación, y así estamos, en medio de una histeria que hace que los grandes se tambaleen en cuanto los de abajo les hacen cosquillas.