Al fútbol le están limando la épica

Al fútbol le están limando la épica, y eso empieza por los colores, como decía el legendario Luis Suárez una vez que el Barça asomó a la competición española vestido de cualquier manera. Jorge Valdano lo volvió a decir del Real Madrid (ambos hablaban en Carrusel) ahora que el equipo madridista vistió de cualquier cosa para enfrentarse a un equipo búlgaro que tiene nombre de juego de azar.

Se acabó la épica; quedan los aficionados, naturalmente, pero este descenso a la banalidad del deporte más seguido del mundo es una suerte ya jugada, y no hay quien levante el fútbol de su siesta de frivolidades. En el partido del Real Madrid observé que Cristiano Ronaldo se dolió (de veras) de un golpe que recibió en el pie; luego lo escuché contarlo y me pareció sincero y contrito, como un colegial al que otro lleva a mal traer. Eso me gustó, porque al fútbol (y las glorias actuales tienen la culpa) lo están metiendo en el saco de los secretos, como la política. Los grandes (los grandes jugadores, los grandes directivos, los grandes) se están comportando como si tuvieran un cofre de misterios, y en realidad sólo representan lo que el aficionado quiere ver: fútbol. Y es tan simple el juego (de ahí su éxito) que convertirlo en un cofre exquisito lo está matando.

Esa falta de épica nos afecta a todos, a los que escribimos de fútbol también, porque lo que ha sucedido es que ya todo el mundo sabe de fútbol y lo dice, lo explica en twitter, lo lanza en los comentarios que se multiplican en la red y se lo dice a los técnicos y a los entrenadores, y a los futbolistas como si vivieran dentro de una cátedra movible. Los propios futbolistas (observé que lo hacía Sergio Ramos) ya cuentan el fútbol como si fuera una ciencia inexacta pero ciencia; como si no tuviera ni costuras ni recovecos, como si hubiera que retransmitirlo constantemente, como si nada de lo que se hace en fútbol estuviera vestido de la palabra incógnita.

Vuelvo a los colores y a Luis Suárez. Para que el fútbol regrese al glamour que tuvo, cuando era una combinación de colores, ídolos y melancolías y no esta tropelía de dineros y de glorias efímeras, no sólo deben los jugadores vestirse decentemente, como miembros de un equipo tradicional, con los colores de siempre, sino que han de restringir tanta palabrería. No puede haber silencio sobre el fútbol, ineludiblemente este es un deporte de hablar y no de callar, como el tenis. Pero le vendría muy bien que no estuviera siempre expuesto al análisis definitivo, a la habladuría; tendría que haber épica, gloria, y cuando todo está desnudo, cuando no hay misterio, nadie se lo toma en serio. Ahora el fútbol es un espectáculo; su falta de glamour lo está convirtiendo en una banalidad subida a una peana de barro.