El balcón en el invierno de la Selección española

En el apasionante nuevo libro de Luis Landero, ‘El balcón en invierno’, el extraordinario autor de Alburquerque (Extremadura), declara que es madridista, o lo insinúa, pues vestía de blanco cuando era juvenil de su equipo, pero dice también que aunque jugaba en el medio no sabía si era defensor o atacante. Esa indecisión en el fútbol era, venía a decir, como su indecisión en esa parte de la vida en la que aún no había recibido las dramáticas instrucciones que manda la existencia. Luego, ya saben, se hizo el escritor que ya mostró que era en ‘Juegos de la edad tardía’ (juegos no futbolísticos, en esta ocasión).

El libro, tanto en su título como en sus principios y también en ese episodio que tiene que ver con su puesto en el campo de juego, me han hecho pensar en este instante de la Selección española de fútbol. Pues en efecto el equipo está atravesando un cierto invierno, pues el otoño fue brasileño; y se asoma, desde el balcón de Casillas, sobre todo, a ciertas incertidumbres que son propias de una adolescencia tardía, esa que se produce cuando los chicos (en este caso, los futbolistas) no terminan de marcharse de casa. Estos futbolistas de la Selección (decía el otro día el historiador José Álvarez Junco) le dieron a España una gran alegría, y ahora que más falta hace ya no se la dan. ¿Qué pasa? Que viven un invierno de incertidumbres que Del Bosque explicó con el lenguaje de su oficio: no atacan, acaso porque no saben si atacan o defienden, si deben irse de casa o regresar a ella.

Lo peor del balcón es que constituya el sitio donde quedarse a verlas venir, como pasó en el último cuarto de hora en Eslovaquia. Le pregunté a un experto, después de oír al seleccionador esos argumentos sobre la falta de ataque, si había algo más, algo más espiritual o literario en la pájara actual, de esa estancia infructuosa en su balcón de invierno. Este experto me dijo: “La Selección está chafada”. Como si tuviera la mala suerte que a veces convive con los equipos como si fuera un jugador más. Necesita, me dijo, un exorcismo, salir del be a ba y empezar a atacar, con el ánimo de definir de una vez (al contrario de lo que le pasaba al adolescente Landero) si ataca o defiende, si quiere ganar o si decide acodarse en el balcón.

Entonces pensé que lo que precisa la Selección es un chute de moral que le evite la modorra, yendo a un campo donde se apoye su juego hasta cuando va perdiendo, pues ya se ve que en este país, en cuanto empata o pierde, ya le da la espalda todo dios. ¿Qué hacer, pues? Que vaya a jugar al campo del Rayo. Allí estuve (con el director de AS, precisamente) el sábado último; perdían ante el Barça, pero aquellos roncos de alma no dejaron jamás de cantar canciones piratas a favor de los suyos. Pues algo de eso les hace falta a los de Del Bosque. Mientras tanto, que lean El balcón en invierno.