Esperando a que Luis Suárez regrese a la tierra

No queda lo que no inventan, decía mi madre cuando se ponía a hablar de la naturaleza humana. En el caso del Clásico, que este año apresura su puesta en marcha como si la Liga tuviera hambre, han inventado de todo, desde la época de Helenio Herrera hasta los tiempos de Mourinho, en los tiempos del dedo en el ojo. Este año ha sido inventado el chicle, que está dando un juego increíble, desde que este periódico lo puso en portada. No es chicle todo lo que reluce, pero lo cierto es que mejor es el chicle que el dedo, y ahí andan Ancelotti y Luis Enrique divertidos mostrando el chicle como las armas preferidas de sus discusiones ideológicas o futbolísticas.

Pero ese del chicle no es el único elemento, por fortuna, del clásico de esta parte del año. Ahí está Luis Suárez calentando motores para regresar a la tierra y habitar entre nosotros, siendo parte importante de la polémica habitual de este tipo de partidos. La presencia del jugador uruguayo en el Bernabéu es una novedad de alto voltaje en la riña acostumbrada, que esta vez parece ser lo más importante del partido. Y lo es, porque en cierta manera ha desestabilizado la certidumbre futbolística del Madrid. ¿Un solo futbolista puede lograrlo? En este caso sí porque la gente tiene hambre de que pasen cosas, y añade el morbo de ver a un goleador que usurpa parte del crédito que siempre estuvo en el lado de Messi.

Así pues, aunque sea en pequeño porcentaje, Luis Suárez se apodera de la expectación que siempre estuvo del lado de Messi. Eso es bueno para el argentino, seguramente, porque si su compañero uruguayo está en el césped la mirada del espectador, pero sobre todo de la defensa madridista, se irá en pos de su sombra y dejará más suelto al principal crack azulgrana. Esa perspectiva crea en el aficionado, como es natural, un aliciente de primer orden. A nosotros, los barcelonistas de antiguo, no nos viene mal esta nueva distracción, pues es posible que el Barça de nuestra época se haya dejado llevar por una cierta monotonía de nombres.

Pero hay un elemento inquietante para esta clase de viejos aficionados: Luis Suárez se llama como una de las principales leyendas de nuestra historia, aquel gallego inigualable que ganó el Balón de Oro (y que ahora comenta, con primor, los partidos en el Carrusel). ¿Imaginan los madridistas, pongo por caso, que un día se incorpore a las filas blancas un muchacho llamado, otra vez, Alfredo Di Stéfano? Igual sacrilegio estimo que supone que ahora baje a la tierra uno que se llama Luis Suárez. ¿No podría éste, aconsejado por su desavisada directiva, adoptar su segundo apellido como complemento del dorsal? Luis Alberto Suárez Díaz. Luis Alberto o Luis Díaz. Pues mira que no tiene alternativas.

En todo caso, estas son distracciones pre partido, que es como un pre parto. A las seis de la tarde (una hora menos en Canarias) estaremos atentos, y ni los madridistas pensarán en el chicle ni los barcelonistas nos acordaremos del nombre de Luis Suárez. Estaremos pendientes de otras circunstancias, que, me parece, seguirán llamándose Cristiano y Lionel.