El Barça, sin suelo ni cielo

Triste. El Barça empezó marcando; las sonrisas se troncharon en seguida, porque el Madrid está hecho para jugar ganando; es decir, a medida que hacían sus ataques iban descubriéndole al contrario los huecos de sus ventanas, que eran enormes. Fue la del Barça una defensa triste; tanto, que uno de sus zagueros más obligados, Piqué, recurrió a las triquiñuelas de la escuela para asombrar a los suyos con un penalti que no lo cometes si no eres el enemigo. Y el enemigo, Cristiano, le puso justicia al marcador. Esa fue la escena más triste, más impotente del cuadro azulgrana, porque constituyó la primera explicación de su falta de poderío.

Fané. Y por ahí, por el lado de Piqué, que era un lado descontrolado, el Madrid supo que podía entrar; de una manera cada vez más voraz, el cuadro de Ancelotti aprovechó las indecisiones defensivas azulgranas, que ya contaron también con fallos estúpidos de Mathieu, de Alves e incluso de Iniesta, que en una jugada en la que no se parecía a sí mismo dejó que la delantera madridista se asomara con su cuchillo sobre la mantequilla desolada de la defensa que no supo guardar a Bravo. Eso pasó una y otra vez; y una y otra vez el ay azulgrana fue el sonido del partido. Fue el suelo perdido del Barça. Pero es que el equipo perdió, también, muy pronto el cielo.

Descangayado. El cielo lo habían simulado, en el minuto tres, Neymar y Messi, e incluso Luis Suárez, sobre el que volveré luego. El gol parecía abrir un boquete, y los que somos del Barça vimos con esperanza esa luz. Se abría el cielo, los azulgrana se aprestaban a asaltarlo. Pero ese Madrid ganador que procede de las agallas de Ramos y de Pepe se convirtió muy pronto (sobre todo en la segunda parte) en una defensa que atacaba. No hacía falta que vinieran a recoger los frutos los delanteros blancos: se los daban sus defensas, ante una zaga desarbolada y torpe en la que nada fue seguro nunca.

El tango. Fue un tango triste; ni Neymar ni Messi mantuvieron las ilusiones del primer momento, y únicamente se salvó de esta quema de falla triste el jefecito Mascherano, que se multiplicó para que esta derrota no tuviera tintes sangrientos o exagerados. Bailaron mal, o no bailaron nada; se juntaron para jugar un partido y luego no supieron hacer nada con esa casualidad, pues cada uno anduvo por su lado. Al término del Clásico, Jorge Valdano, que sabe mucho del tango futbolístico, dijo que uno se fija en partidos así en los grandes. Y Messi y Neymar fueron pequeños, y no sabe si fue porque recibieron mal o porque se sintieron solos allá arriba, lejos del suelo, desesperados ante un cielo que cada vez estaba más ausente.

Suárez. Fue un debut desgraciado, porque el Barça jugó para atraer la desgracia. Sería injusto hacer caer sobre él la paloma oscura de la derrota; pero su media fue tan mediocre como la que de sus compañeros de delantera. Pensé, como aficionado, que la pureza futbolística de Rakitic o el entusiasmo de Pedro iban a devolver al Barça algo del cielo que había perdido el equipo. Pero eso tampoco fue posible. Y el cuchillo de los madridistas siguió entrando a fondo en la mantequilla en la que se hundió el suelo azulgrana desde que Piqué le regaló a Cristiano la oportunidad de humillar al por otra parte excelente, o por lo menos prudente y eficaz, Claudio Bravo. Éste no tuvo la culpa, pero los goles los recibió él, y ya es el portero batido un día desgraciado del Barcelona. Enhorabuena, madridistas.

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