“Yo era sólo un boxeador y él, en cambio, historia...”

El Ali-Foreman resistirá al tiempo, porque en Kinshasa se mezclaron magia, deporte e historia para cristalizar en leyenda. Si no ha oído hablar de este combate, busque When we were kings (Cuando éramos reyes), el documental de Leon Gast, y verá a Ali corriendo por las calles, rimando sus bravatas mientras los chavales le jalean: “Ali, boma ye!” Una imagen millones de veces repetida. Un icono del siglo XX. Ali, que rechazó el nombre de Cassius Clay por considerarlo de esclavos, iba a boxear en el continente de sus antepasados: “¡Vamos a provocar el estallido en la jungla!”. Y vaya si lo provocó. Los diez millones que Don King no tenía para enfrentar a Ali y Foreman, los encontró en la selva: en casa del dictador Mobutu Sese Seko. “Los países van a la guerra para poner su nombre en el mapa, y una guerra cuesta más de diez millones de dólares”, ironizó El Más Grande.

Ali se preparó con el durísimo Ken Norton como sparring, a quien había humillado Foreman. Se aculaba en las cuerdas y dejaba que le clavara golpes secos. Maceró su cuerpo para resistir el castigo. Y funcionó. Previamente, BB King y James Brown pusieron la banda sonora en el estadio. Negritud al cubo. El líder negro de África y América volvía a conquistar el campeonato mundial de los pesos pesados. Era algo más que boxeo. Floyd Patterson, otro excampeón mundial que acabó cegado por el resplandor de Ali, definió así al personaje: “Al final, comprendí que yo no era más que un boxeador y que él, en cambio, era historia”. Historia, sí: la de un estallido en la jungla.