La racha de una autoridad sin gritos

Dime lo que quieras que haré lo que me venga en gana. Creo que es lo que tiene permanentemente en su cabeza Carlo Ancelotti. Si fuera tan manejable como presumíamos hace meses, no hubiera gestionado con éxito tanto vaivén. A Di María no le dio confianza porque se lo pidiera la grada, ni el Palco. Lo hizo por convicción. Como ahora hace lo de Isco. ¿Le tuvo un año en el banquillo por capricho? No. ¿Sirvió todo ese tiempo de suplencia para que el centrocampista malagueño cambiara su forma de concebir el fútbol? Claramente sí. Y podríamos enumerar otros muchos asuntos conflictivos que ha tenido que manejar en este año largo de gestión. Siempre superados con nota. Y lo que es más importante: sin gritos, sin estridencias.

Porque el grado de crispación que se encontró el pasado verano era insoportable. Las cuestiones personales se trasladaban a la sala de prensa continuamente. El régimen casi militar que había instaurado su antecesor, hacía previsible que cualquier medida que tomara Carlo serviría para que todos le tacháramos de tipo blando y sin personalidad. Y, efectivamente, llegaron los reproches y las dudas. El italiano se limitaba a sonreír con sorna y a levantar la ceja. En su segunda temporada, con dos títulos en la mochila y la ansiada Décima, el respeto ha llegado y también los resultados. Y hasta el juego. Ha sido cuestión de paciencia, de aguantar estoicamente. No todos valen para ello. Ancelotti sí. Y que sea por mucho tiempo.