Núñez y Futre deterioran a sus clubes

La alegría por el buen partido de la Selección se cortó ayer con la aparición de dos malas noticias. Una, esperada, el ingreso de José Luis Núñez en prisión. La imagen no deja de ser impactante. La otra, la brusca revelación de Futre de que el Atlético se habría dejado ganar por el Espanyol en la última jornada de la Liga 90-91, por instrucción expresa de su presidente de la época, el célebre Jesús Gil. Poca relación hay entre ambos hechos, salvo el indirecto nexo de que Gil también pasó por la prisión. Pero son dos noticias feas, desagradables, que desacreditan de forma excesiva a Barça y Atlético.

Núñez fue presidente del Barça desde 1978 hasta el 2000 y el museo del club (espléndido, por otra parte) lleva su nombre. En la última asamblea, visto lo que venía, un socio propuso cambiarlo. Se rechazó vehementemente su propuesta, entre aplausos a la decisión de mantenerlo. Ahora que ha llegado lo irremediable se hace insufrible ver el nombre de un convicto encabezando el museo. Es de temer que pronto pase algo parecido con la camiseta de Urdangarín, que sigue colgada en el Palau. Ni ‘lo’ de Núñez ni ’lo’ de Urdangarín tienen que ver con el Barça, pero los dos casos afean su nombre.

Respecto a Futre, dio ayer con ligereza carácter público a un suceso de años atrás. Su narración es verosímil. El Atlético no se jugaba nada, el Espanyol, la promoción. Luis Aragonés iba a pasar de este club al madrileño. Gil y Pardo, el presidente espanyolista, se tenían mutua simpatía. Cabe en la lógica del fútbol que Gil dijera a sus chicos que no apretaran. Esas cosas pasan. Con su relato al cabo de tanto tiempo, Futre le da al asunto una dimensión exagerada. Se coloca como héroe del ‘fair play’ (bien pudo decirlo en su día) y deja en pésimo lugar a sus compañeros de entonces y al club que le veneró.