Da mucho frío el mercado de invierno

El que inventó esa expresión, el mercado de fichajes de invierno, se estaba burlando de los veteranos. No sé qué dirá el admirado maestro Bernardo Salazar, que es el presidente de todos los veteranos que aman el fútbol, pero desde que se empezó a decir así, “mercado de invierno”, a mí me parece que el fútbol pasó a tener una importancia exactamente mercantil.

Estaban los futbolistas en una enorme subasta virtual, en almoneda, y un grupo de capitalistas, a través de expertos ojeadores, decidían quién estaba listo para la nueva tienta.

Pero ahí está la expresión, y ya nadie la despega del celo con que está adherida a la época de la temporada en la que ya los equipos padecen la realidad del frío. Cuando empieza la Liga, como cuando empieza el colegio, todos los pupitres, incluso los banquillos, están pletóricos: nos vamos a comer el mundo.

Después la realidad viene como un huracán y ya hay equipos en la Liga española que tienen más o menos cero puntos, mientras que otros (el Real Madrid, concretamente) encabezan la tabla de tal manera que hasta se salen de ella.

Es en este momento de frío cuando empieza a hablarse del mercado de invierno. Nuestro entrañable Manolete lo tiene en danza toda la temporada: cuando habla en El Larguero de José Ramón de la Morena ya sabes que va a ponerte por las nubes un fichaje, y estás atento por si ese fichaje luego se concreta o no. Lo que hace Manolete es calentar el mercado para cuando venga el frío de los clubes y estén atentos a algunos nombres propios. Ignoro si Manolete lleva la cuenta de sus aciertos o de sus hallazgos, pero esa es la única posibilidad poética que tiene “el mercado de invierno” de reivindicarse como teoría y como práctica del fútbol cuando la temporada no la resisten ya ni los árbitros.

A esta poética del fútbol de transición que practica el noble de Manolete ha sucedido ahora una poética drástica, que tiene más que ver con la prosa (es decir, con la economía) del fútbol que con el fútbol propiamente dicho. El fútbol es un esquema de emociones, los fichajes son la emoción de los que apuestan y de los que invierten. De los ojeadores y de sus capitalistas. Las malandanzas desventuradas del Barça han hecho que este equipo sea también inaugural, en el universo futbolístico español, de una nueva modalidad: el futbolista en espera… del mercado de invierno. Resulta que como no sabe qué hacer con Montoya (torpeza mayúscula: es muy bueno, mejor que algunos de los que lucen cada semana el escudo) lo resguarda incluso del frío del mercado de invierno a la espera de lo que digan los tribunales que han de decidir si el Barça ficha o no ficha.

Soy aficionado al fútbol, como Bernardo Salazar; no soy ni ojeador ni capitalista, y detesto ser aficionado, por cierto, de un equipo que tiene a Montoya en la grada, pasando frío, y condenado además a esperar a los tribunales para saber si sale o no a jugar y con quién. Qué frío da el mercado de invierno.