La última frontera: K2 en invierno

Creo que ya se ha hecho mayor aquel alocado joven que conocí, precisamente en el K2, hace ahora 10 años. Se da cuenta de los múltiples errores que ha cometido en sus expediciones y, lo que es igual de importante, en su vida. A pesar de ser tan joven, Alex Txikón, con sus 33 años, ya es uno de nuestros mejores alpinistas. Es joven y muy fuerte, pero nunca el físico y la fortaleza son tan importantes como la cabeza a la hora de tomar decisiones que tienen que ver con el riesgo y la vida. También corta troncos, participa en surrealistas representaciones teatrales, levanta piedras redondas de 100 kilos y se apuesta unos miles de euros con otros seres de raigambre rural de Euskadi. En muchas de esas actividades ha perdido y de eso se aprende. Y en muchas expediciones, en las que casi siempre te juegas la vida, se ha equivocado. Sólo su fortaleza y ese apartado que no sabemos realmente en qué consiste llamado azar le hizo regresar a casa indemne.

No sé si de todos esos errores ha aprendido, algo decisivo para llevar a cabo su próximo proyecto: intentar escalar el K2 por su cara norte en pleno invierno, pero ayer estuve hablando con él y desde luego es plenamente consciente de sus equivocaciones. La mayor de ellas el no haber sabido tratar con justa equidad a personas que le quieren. Saber qué es lo que no hay que volver a hacer es fundamental a la hora de plantearse intentar llegar a la cima más prestigiosa de la Tierra con temperaturas que pueden llegar a superar los 60º bajo cero y vientos de casi 200 kilómetros por hora. Sólo llegar a la base del K2 por su vertiente china es ahora mismo una gran aventura. Esa escalada sólo está al alcance de un puñado de personas que unan a su fortaleza y aptitudes técnicas y psicológicas la valentía de acometer retos imposibles. Ese tipo de valentía que llevó a Alejandro a vencer a Darío en Gaugamela o a Cortés a conquistar el imperio azteca. Actos heroicos en los que no se sabe cuántas dosis de ambición desesperada mueve al oscuro corazón del hombre.

Solo tres alpinistas: uno ruso, un polaco y un español, casi como en el comienzo de un chiste. Una pared ahora, en este tiempo, en la raya de lo inaccesible. Sólo dos mil metros de cuerda fija (para una pared en la que necesitarían no menos de seis alpinistas y no menos de seis mil metros de cuerda), una ruta que puede convertirse en una ratonera con mal tiempo o con alguien descendiendo en malas condiciones. Tres alpinistas en su madurez, tres hombres fuertes y con buena cabeza, aunque con muchas dudas e incertidumbres. No sé si forman un verdadero equipo y no creo que tengan más de un 3% de posibilidades de lograrlo, muchas menos que las de regresar a casa sin ningún daño. ¿Quién en su sano juicio se atrevería a intentar lo imposible? Se lo pregunté ayer a Alex: “Ya lo sé Sebas, pero merece la pena intentarlo”.