Ya queda poco brillo

Confusión. El Barça es ahora un equipo confuso, desde que se entrena hasta que sale al campo. La defensa parece en estado de construcción, la media dejó de existir, porque no se sabe a qué señor sirve, si al señor de la vanguardia o si al señor de la retaguardia, y adelante la ausencia de Messi deja tanto hueco que acaso parece el Titanic sin música.

Oscuro. No se sabe a qué va a jugar el Barça, desde la alineación hasta la respiración futbolística de sus jugadores; como si los soltaran de pronto, a la oscuridad, en medio de un campo, dotados, como los niños, de una plastilina con la cual no se saben manejar, porque siempre tiene un color distinto. Eso genera una incertidumbre que depende de la flauta. Ayer no sonó la flauta; pero si hubiera sonado tampoco hubiera mejorado esta sensación de oscuridad que desprende tan frecuentemente el trabajo de Luis Enrique.

Brillo. Esa incertidumbre, que hace también al Barça un equipo abstracto, se convierte en una especie de ardor de estómago que ya ha destruido casi por completo su antiguo brillo. Ni Iniesta es capaz de construir, en ese marasmo, ni Xavi se siente dueño del ámbito que fue suyo, la ordenación del juego; el Barça está en chanclas, a merced de genialidades que ayer, además, fueron en realidad gestos vulgares, oportunistas, como ese último robo de Neymar al estupendo portero de la Real, artífice al fin del resultado con el que los obsequió Jordi Alba nada más empezar.

Luis Enrique. Queda poco del antiguo brillo, que había desaparecido ya en gran parte con Martino; Luis Enrique no ha mejorado la situación; ni la condición física en la que basa su táctica es suficiente ni el genio que quiso imprimirle es bastante para suplir la estrategia, porque en medio se ha perdido lo que queda del estilo. El entrenador ha contribuido demasiado a esta desorientación grave que nada más empezar el partido tuvo su reflejo en el autogol de Jordi Alba.

Frivolidad. La más grave de las decisiones que tomó ayer Luis Enrique, sin salir aún al campo, fue prescindir de los dos puntales de su tabla goleadora; que lo haya hecho porque hayan venido tarde de sus vacaciones es tan rígido como frívolo. Esa falta de criterio, en contra del sentido común, así como el juego del equipo, no sólo hurtaron brillo al Barça sino que devolvieron a la afición la peor sensación que se puede transmitir: que lo que pasa en el campo es reflejo de lo debe suceder en el vestuario.

Capricho. Ahora el Barça ya se dispone a ser un conjunto de caras largas, cuyos futbolistas sólo conservan el glamour en la historia (y en la actitud) de sus veteranos; los que vienen de fuera se han vuelto vulgares, como si estuvieran amontonados en una alineación aleatoria en la que no sobresale la táctica o la ingeniería futbolística sino el capricho.

Cero. La incorporación de Messi y de Neymar al campo vino a intranquilizar a la Real, pero como el equipo azulgrana ya se había desdibujado resultaba muy difícil recomponer ese cuadro abstracto en que se ha convertido el otrora equipo de filigranas horizontales. Ahora este Barça es menos que cero, y por eso se quedó a cero. Xavi Hernández dijo al final, en Canal+, que habían perdido ocasiones. La verdad es que no muchas; pero sí perdió el Barça la ocasión de haber recuperado un estilo que ni salió al terreno de juego.