Torres como símbolo de una rivalidad

El fútbol es ilusión, antes que ninguna otra cosa, y también memoria. El regreso del Niño Torres ha provocado una oleada de entusiasmo admirable, que coincide con uno de los momentos de más expectativa de la temporada, esta eliminatoria de octavos entre los ‘eternos rivales’ madrileños. Simeone se tira a la piscina y le anuncia como titular. “Si no le viera fuerte no le pondría”, dice. Esta presencia del Niño perdido y hallado en el templo del fútbol embellece el partido, le da un nuevo rango. El madridista siempre miró a Torres como lo que es, símbolo del Atlético, orgullo del club hasta cuando no estuvo en él.

Torres se marchó sin haberle hecho más que un gol al Madrid. Le hizo otro con el Liverpool. Sólo dos en doce partidos. Pero cada gol que ha hecho en la Selección ha habido la sensación de que era de alguna forma un gol contra el recuerdo de Raúl, cuya aportación no alcanzó para que se consiguieran los éxitos que luego llegaron, con Torres y otros. Ese pique diacrónico entre los goleadores-símbolo ha mantenido a Torres como eje de discusión entre madrileños durante estos años en que ha estado fuera. Encarna más que ningún otro de los que juegan hoy esta vieja rivalidad entre Madrid y Atlético.

En el Madrid la mirada se va inevitablemente a Bale, sospechoso de chupón y perezoso. Ancelotti le defendió bravamente ayer y garantizó su titularidad. Pero la jugada de Valencia le pesa, como pesa la idea de que con un 4-4-2 el equipo se arma mejor. La BBC es un lujo que en según que partidos resulta excesivo y la parte más cuestionada de la misma es ahora Bale. Gran jugador, con velocidad y gol, pero que se repliega poco. Si hiciera el esfuerzo por retroceder y quitar que han hecho Isco y James sería toda una potencia. Pero no lo hace. Quizá es que no se siente en casa. Y por ahí se habla ya de Reus...