Osadía, alegría y sangre

Sangre. Fue muy impresionante ver sangre en el tobillo de Neymar. Fue un error atlético. Lesionar así a un futbolista como el brasileño es como dañar el jarrón de un museo arqueológico: de inmediato se va ahí la mirada, y la sangre no es cualquier cosa. El golpe parecía una venganza y era también una advertencia. No funcionó, porque además no merecía merecerlo. Luego volvió Neymar y dejó su impronta en un equipo que parecía salir de una fiesta y no de un duelo. La sangre fue una señal, y resultó que fue una señal estimulante.

Signos. Esa sangre permitió a los espectadores acercarse a los fetiches de Neymar: las palabras que hay en sus botas. En fútbol, como en la vida, todo es cuestión de palabras; mejor, de buenas palabras. Y las que se vieron en las botas del gran futbolista brasileño son un estímulo para la vida. Osadía, alegría. El Neymar de anoche jugó con ambas premisas; dejó sentado al Atlético, y a los vigilantes del Atlético, y no se dejó amedrentar cuando el equipo de Simeone optó por parecerse a su peor versión, la que refleja su ansiedad en patadas inesperadas, en broncas absurdas, en lugar de aprovechar su propia osadía, que la tiene, y su propia capacidad para la alegría, de la que dispone desde la grada hasta el último de sus futbolistas.

Zarra. El Zarra de este año, Lionel Messi, fue un desmentido en el campo, que es donde se tienen que afirmar la osadía, la alegría y, en general, la actitud y el estado de ánimo. No dejó nunca de ser útil, en la primera parte, que es cuando el Barça de los últimos tiempos ha dejado de entender los partidos. La decisiva actuación de Messi concitó a su alrededor el entusiasmo de los otros, como si él fuera el termómetro que marca alegría y osadía para que los últimos sucesos, que lo ha tenido a él como principal protagonista, se diriman en los despachos y no en el césped. En el césped es donde él se divierte. El ceño fruncido está más allá de las gradas, en los despachos. Su gol, el que certificó la alegría del Barça, fue una combinación que recordaba las coincidencias de Raúl, y eso mismo, esa eficacia, esa osadía, es la que guarda Messi para decir, con hechos, que, de momento, es más del Barça que el escudo.

El mago. El Barça tuvo tres magos en el medio del campo: Iniesta, Xavi y Busquets. Ahora tiene a Busquets y a Iniesta. Pero cuando está Iniesta ya están los tres, sobre todo en un partido como este ante un equipo tan poderoso (para bien y para mal) como el Atlético de Madrid. Iniesta es un mago capaz de darle pausa a los atletas, de dar el paso preciso en el momento en que más osadía se precisa. Y esa osadía de Iniesta es la alegría del equipo. Anoche se produjo esa resurrección, igual que resucitó Piqué, igual que Alves recuperó la respiración de su confianza. Pero Iniesta fue decisivo, y se notó.

Las faltas. Al Atlético no le hace falta marrullería, pero sus futbolistas no han escuchado esa noticia. La segunda parte estuvo a su favor, y pudo haber doblegado, con su propia alegría, al Barça más osado de los últimos tiempos, el equipo que resucitó para hacerle el boca a boca a Luis Enrique. Los atléticos se entretuvieron en prolongar la tarascada, y así consiguieron un penalti y poco más, porque en el centro del campo el Barça creó y el Atlético de Madrid rompió. Al final la justicia poética le puso un verso en el pie a Lionel Messi y esta confrontación se acabó con la victoria del equipo más cuestionado pero más eficaz.