No es necesario que pongan todas las manos sobre Messi

Ahora hemos sabido cómo trabaja Luis Enrique, y quizá es tiempo de sacar las manos de Messi (las manos de escribir, quiero decir) y ponerlas un rato en el hombro del entrenador barcelonista.

Este hombre está en una situación delicada en la que se ha situado él mismo: los equipos son, en el estado en que estén actualmente, producto de una tradición. Él ha participado, como futbolista, en esa tradición, quizá en el extremo de la historia: Helenio Herrera, Daucik, Rijkaard, Guardiola, incluso Martino, provienen del Barça ilustrado, por así decirlo, incapaz de levantar la voz para poner al otro en su sitio, para marcar su territorio.

De todos esos que nombro, el único que levantaba la voz, pero para ser ingenioso, era Helenio Herrera, el irrepetible HH. Decía cosas, humorísticas o irónicas, para poner nerviosos a los contrarios; lo domesticó, y de qué manera, hasta convertirlo en un intelectual del fútbol, el genial Gonzalo Suárez, que fue su hijastro. De los demás mi preferido es Rijkaard: hablaba en silencio, como un budista; lo traicionaron unos golfos (Deco, Ronaldinho, Etoo) cuando ya había cumplido un ciclo que tuvo, entre otros aciertos, el de haber puesto la mirada en un muchacho al que el mundo ya ha colocado en la cúspide del fútbol.

Guardiola, del que hablamos en pasado, nunca se ha ido del Barça, realmente, pues está en el imaginario azulgrana, como si nada de lo que se hace se pudiera hacer sin relacionarlo (para bien, casi siempre) con el mítico entrenador que ahora se halla en el exilio de Baviera. En esa tradición de entrenadores pausados, intelectuales o sentimentales, Luis Enrique es un elefante en una cacharrería. Lo ha sido, y probablemente lo seguirá siendo. Pero, como decía Jordi Quixano en El País de ayer, ahora se ha sosegado.

Guardiola avisó: Luis Enrique hará grandes cosas, pero hay que esperarle. Le han esperado, después de unos días fatídicos que él calificó, irónicamente, de “fiesta”, los mejores días de Messi, la nueva estrategia defensiva (exitosa) del equipo, y como si no fuera posible atribuirle a él los méritos (son de Messi, en gran medida, es cierto), ahora resulta que provienen del uso sabio de un aparato que mide las acciones de los propios y de los extraños.

Pero, ha dicho Luis Enrique, algo de mérito sí tiene, pues otros tienen el mismo aparato pero se ve que no se atreven a sacarle la rentabilidad de la que él ahora (¡por fin!) puede presumir.

Le falta a Luis Enrique, para situarse en esa línea de éxito que le auguró Guardiola, ponerse más reflexivo, menos espontáneo, más Ancelotti. Lo que hizo con Simeone, abrazándolo como si fueran compañeros de escuela en Asturias, lo tiene que hacer con los colegas de la Prensa, y éstos, cansados de esperar a que Messi se ahogue en su vómito, empezarán a decir que parte del milagro de la recuperación (eventual, ya volverá “la fiesta”) del Barça es quizá mérito, también, de Luis Enrique.