Cuando no había Twitter las disculpas sonaban más sinceras

Lejanía y sospecha. El asentamiento de las Redes Sociales le ha venido de perlas a los jugadores de fútbol. Mediante el Community Manager de turno, las estrellas envían sus mensajes sin dar la cara y sin derecho a réplica. Promocionan a sus patrocinadores sin tener que someterse a preguntas, mezclarse con la gente o acudir a pesadas ruedas de prensa. Desmienten lo que les interesa sin entrar en los matices. Incluso piden perdón de manera inmediata sin dar la cara. Su arrepentimiento cuando meten la pata es tan espontáneo y automático que llega a convertirse en sospechoso. Estoy convencido de que Cristiano Ronaldo no está nada orgulloso de la sucesión de despropósitos que protagonizó en Córdoba, pero ante los hechos y por mucho avance tecnológico, preferiré siempre a los que tienen el valor de pedir perdón dando la cara.

El lenguaje. Dejando a un lado que un futbolista utilice el término “irreflexivo”, que ya me parece sospechoso de pasar por el tamiz de un especialista en confeccionar mensajes, me ciño a la regla de toda la vida. Si lo has hecho mal en público, se pide perdón en público. Ejemplos, sobran. “Me maldigo”. El día que Juanito cometió la felonía de pisar a Matthäus, el extremo no perdió ni un minuto. En internet pueden recuperar las imágenes del madridista, con el anorak puesto pidiendo perdón a pie de campo. En estos tiempos en los que tanto se le invoca, Juanito debería de ser más recordado por ese gesto. “Creía que había cambiado como persona y como futbolista, pero no ha sido así.

Me maldigo. Ha podido más mi yo malo que mi yo bueno. Estoy totalmente arrepentido”, dijo a la cámara. Viéndolo, no hay duda de que era sincero. Estaba devastado. Hay que tenerlos muy bien puestos para hacer algo así.

La vergüenza. Stoichkov, otro que más a menudo de lo deseable hizo cosas en un campo totalmente fuera de lugar, también tuvo el coraje de comparecer ante los medios a pecho descubierto después de que su pisotón a Urízar diera la vuelta al mundo. “No era dueño de mis actos, perdí el control, estaba desconcertado, pido sinceramente perdón”, dijo con la vergüenza del que no sabe dónde meterse. Cuando no había Twitter, las disculpas sonaban más sinceras.