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Luis Enrique, Neymar, patadas y caños

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Antes de que pasen más días, y temeroso de que no haya nuevas ocasiones, quiero expresar aquí mi acuerdo con Luis Enrique sobre la cuestión Neymar. Me gustó eso de que aquí parecen estar mejor miradas las patadas que los caños. Y no es cosa de unos o de otros, es un poco general. Me apresuraré, por ejemplo, a recordar que en el Bernabéu se aplaudió una fea entrada de Isco a Gabi, sin ir más lejos. Pero vuelvo a Luis Enrique: como a él, me chocó que en un partido que desgració el árbitro el Atleti se volviera en bloque contra el mejor jugador de la noche, proyectando sobre él su frustración.

Hay un punto festivo en su juego, en efecto. Es algo muy brasileño. Se puede ver como impertinente, pero sólo desde un ánimo torvo. El sábado, Mandzukic intentó una rabona en Ipurúa. Iba bien dirigida. Cortó Lillo, que de inmediato se lo reprochó. Me entero de que también se lo han reprochado compañeros de vestuarios. ¿Por qué? Era un pase bien concebido y con un gesto técnico especial, sí, pero propio de alguien que no confía en su zurda. ¿Hay que tomarlo como ofensa o como recurso? Me pasó lo mismo en su día con la espaldinha de Cristiano: me pareció un recurso técnico, no una burla.

Suertes así salpican el fútbol de belleza. Excluirlas me parece absurdo. ¿Son burla? Quizá en caso de goleada pueden tomarse así. Hay situaciones que exigen respeto, pero en ese sentido me pareció peor lo de Cristiano sin camiseta por el 4-1 de penalti en Lisboa que cualquiera de las habilidades que he citado. Desquitarse del habilidoso con patadas es mezquino y construir sobre ese mal instinto una teoría ética me parece el colmo. Que Neymar respondiera a patadas con muecas puede irritar, pero lo que más daño hace es la patada. Por cierto, Neymar cada día me gusta más. Nada le arruga.