Por qué me cae bien el presidente del Barcelona

Sé que esta crónica va contracorriente de lo que se estila, pero me late el corazón escribirla. Va sobre el presidente del Barça, Bartomeu, un hombre que me cae bien desde que se inició en la presidencia.

Es bueno recordarlo: cuando empezó a ser presidente a muchos nos gustó su manera sencilla de abordar los problemas de la entidad, a la que Sandro Rosell, el hombre que viajaba sin nada en la mano, había dejado al garete. La primera aparición de Bartomeu fue estelar, pues sonreía: a Rosell había que sacarle la sonrisa con fórceps: llegó al Barça vengándose hasta de Cruyff, que es un héroe.

Para tachar la herencia de Joan Laporta, con el que había colaborado estrechamente, Sandro fue capaz incluso de desposeer al gran jugador holandés de los honores que el citado Laporta había inventado para él, a la manera que Florentino Pérez obsequió a Di Stéfano por sus merecimientos. A los barcelonistas aquella condecoración honrosa nos pareció bien, pues nada le gusta más a un aficionado que disfrutar del sosiego que dan los homenajes a nuestros astros.

Pero llegó Rosell y desvistió a Cruyff de tan merecida honra. Cuando Bartomeu ingresó en la nómina de presidentes del Barcelona aseguró que se iba a reunir con Cruyff, ¡incluso!, y a mí me dio la impresión de que eso inauguraba otra manera de ser. Luego nunca se reunió con Cruyff, que se sepa, pero eso quedó en la memoria del aficionado (al menos, de este aficionado) como un trozo de buenas intenciones.

A los presidentes siempre los he juzgado por detalles. Por ir al otro lado del campo, creo que si Florentino Pérez me cae bien como presidente del Madrid es por cómo trató a Di Stéfano. Ustedes saben, aunque los madridistas no lo quieran escuchar, que Di Stéfano es de todo el mundo, y un poco también de los barcelonistas, así que ese gesto de nombrarlo presidente de honor, y de agasajarlo siempre que podía, engrandeció al presidente del Madrid del mismo modo que su desdén por Cruyff achicó a Sandro Rosell. Los detalles lo son todo: a mi me cayó muy mal el viejo Enrique Llaudet Ponsá porque no me contestó una carta cuando yo era un adolescente que le pedía un banderín. Años después fue Laporta el que me condecoró imponiéndome informalmente una insignia del club que llevo sobre todo cuando el Barça pierde.

Pues ese gesto de Bartomeu, que no sé si ha llegado a cumplimentar, me parece que no, me lo dejó en la memoria como un buen gesto. Ahora que lo persigue esta pertinaz desgracia administrativa (y judicial) que se ha cebado en el club, hago votos para que se pueda explicar; lo vi el otro día, casualmente, en el entierro de José Manuel Lara, en Barcelona; me pareció un hombre sonriente, bienintencionado, capaz de condecorar a un adversario, incluso, y cuando le di la mano le deseé suerte: es mi presidente. Ahora lo digo en público: le deseo suerte. Al Barça ya le pasa de todo, así que quisiera transmitirle este buen deseo para que al menos el temporal no caiga sobre el campo y se cebe en el juego y por tanto en el porvenir del espectáculo.