Más que un jugador, es un símbolo

Hay futbolistas que, por grandiosos que sean, ven difuminado su recuerdo con el paso de los años. A mi memoria vienen jugadores como Netzer, Breitner o Hagi. Hay otra categoría formada por aquellos que tienen carisma, liderazgo y sentimiento. O sea, Raúl. El eterno capitán es como los buenos vinos. Con el paso del tiempo, mejoran en sabor y textura. Raúl dejó el Bernabéu hace un lustro, pero el madridismo le siente y le quiere todavía como si el sábado hubiese jugado ante el Depor. En el estadio sigo viendo cada fin de semana muchas bufandas del 7. Del Madrid la mayoría, pero hay muchas del Schalke, equipo que ha quedado ligado al madridismo de manera afectiva por los dos años mágicos que los alemanes compartieron con nuestro símbolo moral y futbolístico. El Schalke lo trató como merecía: como una divinidad.

Raúl metió 323 goles con el Madrid (el mítico Di Stéfano, Santillana y Cristiano le siguen por detrás) y 40 con el Schalke. Añadan los 44 con España. Y los que sumó en el Al-Sadd y los que llegarán con el Cosmos (el jueves debutará con los neoyorquinos en Hong Kong). A sus 37 años sigue empeñado en disfrutar tirando caños, pinchando balones llovidos del cielo y firmando goles de palanca, esa suerte natural que él dominó como nadie.

En Kicker se viste de entrenador y recuerda que el equipo de su alma, el blanco, es favorito ante los blues de Gelsenkirchen, pero añade que ellos “darán todo para aguarle la fiesta”. Sabe de qué habla. El equipo de los mineros aprendió de Raúl que jamás hay que rendirse. El 1-6 del año pasado escuece y les hará más peligrosos. Raúl nos ha avisado.