Baja el rigor en la lucha contra los ultras

Me temo que aquella especie de ‘espíritu de Ermua’ que invadió benéficamente nuestro fútbol a raíz de los horribles sucesos junto al río Manzanares se esté evaporando. De aquellas reuniones salieron unos propósitos magníficos, pero no veo la energía esperada al ejecutarlos. Aquellos cierres parciales de grada (y conste que soy más partidario de individualizar culpables y castigos) no se dan. El Sevilla está cargado de denuncias pero no es capaz de hacer reaccionar a sus biris. Poco a poco los insultos vuelven, en una tendencia a instalar de nuevo entre todos una normalidad corrompida.

Esto sólo se soluciona si cada cual identifica a los suyos, como ha hecho el Chelsea con unos bestias que alardearon de racismo en el metro de París. El Barcelona anuncia ahora que tratará de identificar a los que insultaron a Cristiano Ronaldo. No debería ser tan difícil si, como se nos dice, hay cámaras que graban. El Madrid expulsó a diecisiete miembros de su grada de animación por insultos a Messi. Los localizó vía cámara y pudo actuar contra ellos porque a los asistentes de esa grada les hace firmar un compromiso. Es una prueba de que las cosas se pueden hacer si se quiere.

Pero no es intención de este artículo establecer contrastes, sino lamentar el olvido de un propósito. Incluso oigo por ahí que al fin y al cabo esto es fútbol, y que cabe el desahogo. Esto es fútbol, sí, y cabe también la educación. Hasta en el reproche. Entre aquello de ‘Ese portugués, qué hijoputa es’ y ‘los de ese portugués no me cae bien’, hay un salto. El que hay entre decir: “No me cae usted bien” o “Es usted un hijo de puta”. Quitar el insulto del fútbol es un magnífico propósito que no habría que abandonar. Se trata de, entre todos, aburrir a los ultras, como dijo Tebas. Pero se está dejando de hacer.