El descontento marcaba a Messi más que los rivales

Hace años vi cómo cambiaba la vida de un gran escritor, mi amigo Juan José Millás, en un segundo de reloj. Estábamos en el bar que habíamos elegido para iniciar, precisamente ese día, una tertulia de escritores, que entonces, los años 90 del siglo pasado, habían dejado de abundar. Habíamos bebido unos vinos, habíamos comido unos chorizos y de pronto a Juanjo le dio una lipotimia. Se empezó poniendo pálido, como la luz de la imagen, que diría Virgilio, y poco a poco dejó de hablar, se volvió hacia sí mismo y cayó redondo sobre una silla que llegó a tiempo. Un minuto después despertó y dijo, simplemente:

--Ya está.

Ahora no recuerdo la secuencia que siguió; lo que sé es que tras esa lipotimia y sus inmediatas consecuencias físicas, la vida de Millás cambió como de la noche al día. Dejó de trabajar como funcionario, en Iberia, y abrazó la literatura y el periodismo con una pasión tan fructífera que ahora es un personaje al que todos se disputan, para leerlo, para tenerlo en sus medios y para que les alegre la vida con ficciones que son como goles de Messi (o de Cristiano, no se ofendan).

Lo cierto es que esa transformación de Millás de la pesadumbre a la creatividad y a la alegría me recuerda muchísimo lo que pasó con Messi el año pasado, que ya parece que sucedió hace un siglo, y este año; en la temporada pasada a Messi lo marcaban más sus propios desánimos que el ánimo reivindicativo de sus contrarios. Esa modorra depresiva tuvo todo tipo de reacciones físicas y morales, pues el futbolista mejor del mundo (con Cristiano, no se me ofendan) deambuló por los campos como la sombra de lo que fue. El réquiem por Messi fue entonado a pesar de que en el Mundial de Brasil no estuvo tan mal como dicen; parecía que su ciclo (palabra tan querida por los periodistas del fútbol) se había entretenido demasiado en él y ya se le acababa.

Cuando parecía devaluado y perseguido por la maledicencia que sitúa a los jugadores al final de su carrera sucedió el desastre de Anoeta, que ya es como el desastre de Annual del Barça, y entonces pareció que la crisis había hecho caos; ese incidente, en el que Messi fue un detonante singular y definitivo, pues puso de manifiesto su desdén por Luis Enrique, se cobró muchas víctimas, no sólo a Zubizarreta. Se cobró, como víctima, el ánimo del Barça, que ya alcanzó los mínimos propios de su mejor futbolista.

En ese instante, sin embargo, fue cuando Messi se despertó de la lipotimia, como Millás, y volvió a jugar con un poderío generoso, alegre, como si estuviera desafiando la ley de la gravedad de su estado anterior. Ahora no sólo es el Messi que quieren ver sus aficionados sino que es el Messi que se quiere ver a sí mismo, y se gusta. ¿Qué pasó? Que lo tenían abrumado afectos y desafectos personales, y que ahora tiene, seguramente, un entorno más sano, una perspectiva más soleada (más soleada que la de Londres, seguro) y una mayor seguridad en sí mismo y en quienes lo asesoran. Ya despertó, y como Millás, nos dará grandes obras.