Menos inocencia y más oficio

Siempre que he tenido una charla amplia con Casillas han salido tres o cuatro momentos imborrables de su carrera. Uno de ellos es su debut en San Mamés. Sabe, porque Iker es hombre de fútbol, que aquel día marcó su futuro. Muchos de su generación, que eran tan buenos jugadores o incluso mejores que él, se quedaron por el camino. Simplemente porque no hubo nadie que apostara firmemente por ellos. Y cuando lo hicieron, ya era tarde. Para triunfar en el fútbol hay que ser muy bueno y tener un golpe de suerte en el momento preciso. Por eso, cada vez que Casillas visita San Mamés, le da gracias a la vida y a aquella oportunidad que un tozudo galés le regaló. Sin aquel día puede que hubieran llegado cesiones y tal vez una larga carrera como buen portero de Primera o Segunda durante tres décadas, pero lejos de Madrid.

Por todo ello el trago de los dos últimos años debió ser muy amargo. Verse en la vieja y en la nueva Catedral en el banquillo, cuando sabía que su declive no había llegado, resultó casi insoportable. Para no explotar tuvo que tirar de oficio, el que le faltaba en 1999 cuando debutó. Para entenderlo tuvo que dejar también a un lado la inocencia que le adornaba aquel mágico día. Sabía el origen de sus desgracias y tragó saliva. El sábado regresará a su querido San Mamés siendo otra vez titular. De alguna manera representará otro debut liguero, ahora en el nuevo estadio del Athletic. Y pensará lo de siempre: que es un privilegiado por seguir jugando en el club del que era aficionado desde niño. En momentos tan señalados no hay tiempo para el rencor, y mucho menos para reparar en mediocres. ¡A seguir disfrutando, Iker!