El partido más sorprendente del siglo

Algunas características del partido de mañana lo convierten en excepcional. Lo que ocurre es que estas excepciones no son, por cierto, excepcionales: es el partido que al menos dos veces al año esperamos unos y otros para sentirnos del Barça o del Madrid. Yo soy del Barça, algunos lo saben; y respeto muchísimo a mis adversarios; muchos son amigos míos, a los que valoro en sus distintas aficiones o prácticas. Pero no les deseo bien para mañana a las nueve de la noche, cuando suene el silbato y nos separen las pasiones.

No es necesariamente buena esta pasión, que yo siento desde que soy un crío. Creo que la pasión es un impedimento para ver con claridad y alegría el fútbol. Desde que comience el partido estaré temiendo, como el primer día que escuché en la radio un Barça-Madrid, que los temibles blancos avancen con su tremenda artillería sobre el marco azulgrana. Desde aquellos años que ahora son una mezcla de ensueño, melancolía y pesadilla, es Gento el que avanza y es Rodri el que lo persigue, u Olivella, pero él se adentra y (en la voz de Matías Prats) amenaza con saña el marco defendido por Ramallets. En esta ocasión, Olivella es Piqué y Ramallets es Bravo, y Gento es cualquiera del Madrid, pero sobre todo Bale, que es el que corre más. La sensación de peligro es la misma: letal, y eso no ha variado nunca. Una vez vi un partido histórico, el 2-6 de la era de Guardiola, jugado en el Bernabéu; aquella felicidad se trocó en desgracia algún tiempo después, y así seguirá siendo siempre, como decía Mika Waltari que ocurría en tiempos de Sinuhé el egipcio.

Es evidente que a los amigos del Madrid esa historia se puede contar al revés, y será como al derecho: es la otra hoja de la misma experiencia. Temerán al Kubala de ahora, que es Messi, y sentirán que su Domínguez, que es Casillas, puede ser batido en el duelo con la eficacia que le conceden al maldito argentino, al incisivo uruguayo o al bailarín brasileño. Durante noventa minutos, si las cosas no se precipitan de otra forma, sufriremos lo mismo, pero con objetivos diferentes. Al final nos daremos la mano, sin rencor, y sentiremos que hemos vivido una jornada histórica que puede repetirse semanas después.

Especulan con los resultados, porque un equipo va mejor que otro. Para nada. Estos equipos forman parte de naturalezas competitivas muy especiales; no conocen la ceniza, en tiempos así, sino para despegar como delinos. A mí me dan miedo aunque parezcan adormecidos. Cuidado, que ahí está Modric, que es como una pila incesante. Cuando Flaqui o Carlos Martínez digan “Modric” yo temblaré como cuando Matías Prats decía Gento.