Bartomeu y los disgustos que nos manda la vida

Y hablamos de cómo les afecta a los futbolistas (a mi juicio, casi nada, excepto a Messi, que es como un niño) el maldito ruido exterior del fútbol. ¿Y a nosotros, los aficionados?

 Ahora el Barça no gana para disgustos… en los juzgados. Al presidente se le ha puesto cara exculpatoria; no cuesta imaginárselo en la escuela, echando balones fuera sobre sus propias culpas. Profesor, que fue aquel niño. En esta ocasión su cara ha ido más allá y ha llegado a Tito Vilanova. Fue Vilanova, le dijo al juez Ruz, quien les aconsejó que ficharan a Neymar antes de tiempo. Vaya por Dios, ya Vilanova no lo puede corroborar.

Vilanova fue grande, un digno sucesor de Guardiola, que sigue siendo el más grande. Vilanova es un intocable en la historia del club, como lo es para los veteranos el nombre de Kubala. No me imagino a Bartomeu echándole la culpa a Kubala de nada, pero todo puede darse en este mundo de Dios del fútbol.

¿Y cómo nos afecta todo esto a los aficionados? He tenido contactos con dos presidentes del Barça: con Enric Llaudet i Ponsá, que no me contestó una carta en la que le pedía un banderín cuando yo era un niño y me había hecho acérrimo aficionado azulgrana, y con Joan Laporta, que en un cementerio me regaló una insignia de oro cuando le conté lo que me había pasado con Llaudet. Recientemente, como ya conté aquí, me encontré con Bartomeu…, en un entierro. Es curioso, a Laporta lo encontré en el entierro de nuestro inolvidable Jesús Polanco y a Bartomeu fue en el funeral de otro gran magnate editorial, José Manuel Lara Bosch.

Con Bartomeu hablé ahí brevemente; claro, no le conté lo de Llaudet (ni menos aún lo de Laporta: no se pueden ver, imagino), pero sí le presenté mis respetos institucionales: el presidente del club es también el presidente de los aficionados. Ya expliqué aquí (para escándalo de algunos) que me caía bien Bartomeu. Como expliqué eso ahora puedo medir el estado de mi decepción. Él dijo ante el juez que ostenta un cargo institucional, que eso le alivia de usar, en la sede del club, ordenador u otros elementos que, por lo que deduzco, él consideraría inculpatorios…

Me sentí decepcionado; utilizó el nombre de Vilanova en vano, y siento ahora que eso empaña el carácter institucional de su puesto. No me imagino a un presidente del Barça, que es el hombre que todo lo ve desde su privilegiado lugar en el campo, ausente de las obligaciones de darse cuenta de lo que pasa. Es posible (eso nos gusta pensar a los aficionados, al menos a este aficionado) que el juez se haya pasado en el interrogatorio o en las suspicacias; pero él se ha pasado de la raya adulta para convertirse, otra vez, en aquel niño que probablemente fue, que le echaba la culpa a otro de su descuido. Pobres aficionados, las desgracias que nos manda el dios del fútbol.