Sobre el pesimismo en torno a La Roja

El partido de Ámsterdam me pilló en una ciudad extranjera. Al mediodía almorcé con dos ex internacionales españoles que viven en ella. Los nombres no vienen al caso. Uno de ellos no recordaba exactamente cómo había quedado el partido ante Ucrania. Ninguno de los dos se había preocupado por cómo ver el Holanda-España de esa noche. No tenían ningún entusiasmo por ello, lo esperaban con aprensión. Francamente, no me extrañó. Forma parte de algo que veo alrededor y que empiezo a sentir en mí mismo: La Roja ya no provoca entusiasmo, ni siquiera debate, sino apatía.

Tras lo de Ucrania, tuve la sensación de coche viejo mal reparado que te deja tirado cuando menos lo esperas, porque las piezas nuevas no son como las sustituidas. El caso es que la alineación de salida tenía poco que discutir. El modelo, 4-2-3-1, daba espacio a un buen trío de jugones, Silva-Iniesta-Isco, respaldado por dos medios. Puesto por puesto, se diría que eran lo mejor que tenemos. Pero ni Casillas es Casillas ya ni Busquets está como estuvo ni Koke suplanta a Xabi; Isco no es el mejor Iniesta ni Iniesta, en la nueva posición, iguala a Xavi. Y Morata tampoco tiene arriba el colmillo afilado de Villa.

Eso ante Ucrania. El equipo de Ámsterdam fue muy otro, pero desde una intención ridícula: la de dar los más minutos posibles. Ni experimento ni revolución, sino excursión. Entre una cosa y otra, entre ese coche mal reparado, que no cuela, y un equipo nuevo hecho un poquito a voleo, debería aparecer un camino audaz. Llamando a jugadores no por lo que han hecho, sino por lo que pueden hacer. Pensando que una Selección son 16, no 23. Y estableciendo como estrategia principal la refundación del equipo, no la de contentar a todos, viejos y nuevos. Si no, no es extraño que pase lo que pasa.