Llevarse tan sólo tres ya era un éxito

El Eibar jugaba el año pasado en Segunda ante el Castilla, ajeno al torbellino de felicidad que le iba a envolver meses más tarde. Soñaba con el ascenso, pero no acababa de creerse que vería a aquellas promesas merengues dos categorías por encima. Uno ascendió y el otro se fue al pozo de Segunda B. Los armeros han viajado este tiempo en la moto de la ilusión. Un club tan peculiar que hasta tiene su propio Balón de Hierro, forjado por el patrocinador (Servando) para condecorar al mejor del equipo. Llevarse sólo tres del Bernabéu ya era un éxito. Pasó lo mismo en el Camp Nou. Pero ni se arrimó a su mejor versión. La diferencia entre el campeón de Europa y un equipo que, en su mayor parte, estaba en Segunda B hace tres años, está mucho más próxima al 9-1 del Granada que el 3-0 de ayer. El orden ha sido siempre una seña de identidad con Garitano, pero sus pupilos no se asomaron al balcón de Keylor Navas, como si se temieran que había un foso con cocodrilos.

Ayer Gaizka ponía los ojos como platos sobre el supuesto equipo B del Madrid que tuvo enfrente. Con media pierna de Cristiano e Isco, un pie de Sergio Ramos y Marcelo y la cabeza de Varane, él te monta un Mundialito. Le sigue chirriando la portería. Retiró la confianza en Irureta, su fiel guardián de las llaves del calabozo, en favor de un gran Jaime y se la devolvió ante el Málaga. Ayer le llegó ese tiro con veneno de Cristiano y volvieron las dudas.