El empeño de Suárez

Práctico. El Barça fue práctico, casi omnímodo; hace falta tener mucho temple para jugar así en campo contrario, como si viniera de la alegría de ganar. Venía de Sevilla, donde se deprimió a sí mismo y donde, después de una lluvia de juego, lloró la decadencia de su falta de entusiasmo en la segunda parte. Aquí se rehízo, hizo un fútbol que reivindica esa materia gris que le ha otorgado Luis Enrique a la razón práctica del fútbol como teoría y goleó con una solvencia que llenó de entusiasmo a los que creíamos que íbamos a dudar hasta el final del curso.

Luz. Lionel Messi hizo de filósofo de esa teoría de la razón práctica: cuando ves a un jugador así bajando y subiendo como si se le hubiera perdido el alma en ambas áreas, entiendes qué es el fútbol de recreo: este muchacho que en lo personal es gris como una luz apagada se enciende en la competición y habla hasta por los pies; desde la lejanía de su vocabulario chiquito la suya es una incesante conversación de fútbol. Da para todos, y en este partido en concreto se dedicó a servir como Xavi en otros tiempos.

X. Hasta que vino Xavi. Este es un futbolista eterno al que, como decía anoche el poeta Julio Llamazares, con el que vi el partido, habría que clonar. Bajó el fútbol al escenario de las oportunidades razonables, no perdió el sentido del pase, y cuando el PSG empezó a sentir que podía torcerle el pulso al Barcelona él ordenó que las cosas volvieran a su cauce. Él ordenó orden, valga la redundancia. Y los demás obedecieron. Hasta Messi. Fueron momentos de rondo glorioso, interrumpidos cuando más felicidad había por esa desgraciada incidencia de Mathieu, marcando en propia puerta.

Los goles. Luis Suárez es un gran futbolista marcado por su conducta brasileña, de la que se ha repuesto con una humildad que uno sólo encuentra en los potreros de Uruguay, el país chiquito en el que nació el delantero. Sus goles de anoche fueron la consecuencia de un puro empeño; él los quería marcar, y allí donde otros se hubieran inhibido él exhibió el viejo pundonor de los futbolistas heridos. El resultado del partido se debe a él: como si estuviera reivindicándose ante las cámaras mundiales, el mordedor de Brasil se deshizo de su peor fama y ya es el goleador que es capaz de poner a disposición del Barça una puntería que lo deja donde estuvo: entre los primeros del mundo.

Emoción. El fútbol trata, ahora, de multimillonarios; los hay en los dos equipos, por tanto no se trata de sentirse románticos, pero sí es justo decir que produce emoción un futbolista como este, que pareció desahuciado antes de tiempo. Ahora, en el pedestal europeo, su empeño no sólo merece crédito y reconocimiento sino que exige respeto. En el fútbol de la razón práctica él puso, como me decía alguien anoche, su capacidad para explicar el mundo como voluntad de representación. Un filósofo que golea.

El excéntrico. Ter Stegen no es un portero. Es un surrealista que ha venido a pintar cuadros explosivos en la meta racionalista que antes fue de Valdés y Bravo, y mucho antes de Ramallets, que se tiraba como un tiralíneas. Ter Stegen es una herencia de futbolistas como Higuita o Gatti: su fútbol no tiene vocación de portería, por eso se va de excursión fuera del área como si su ausencia no tuviera importancia. Pudo costarle caro, pero paró como Dios. Menos a Mathieu.