De Chicharito al cielo

Éxtasis madridista. La felicidad existe. Y viste de blanco. ¡Cómo no voy a estar enamorado de este equipo! Corría el minuto 88. Esa franja horaria en la que el Madrid se mueve en Europa como pez en el agua (¿recuerdan Lisboa?). Al Atleti le temblaban las piernas y sólo soñaba con la tanda de penaltis. Los blancos eran todo coraje, corazón, orgullo, sentimiento, entrega, entusiasmo, fe... Y todas esas cualidades estaban reunidas desde el minuto 1 en un jugadorazo con cuerpo y apodo de niño, Chicharito, pero que hizo una exhibición de ADN vikingo. Don Chícharo, así habrá que llamarle a partir de ahora, jugó como lo hubiera hecho Juanito. Indomable, peleón hasta la extenuación, pugnando con ardor por todas las pelotas divididas y asumiendo su rol de lo que debe ser un nueve-nueve. Puro instinto de killer, olfato de gol en estado de excitación permanente. El mexicano apareció donde debe estar un delantero centro a la vieja usanza. En esa zona que separa al portero abandonado a su suerte de los coyotes que pululan el área para despejarla o para enchufarla. Pero entre Cristiano y James, amigos y residentes en Madrid, fabricaron una joya arquitectónica. La guinda de oro la puso Chicharito, ese chaval educado, espabilado y osado que ha convertido el mito del 14 (Guti, Xabi Alonso...) en una reivindicación para el futuro. En el banquillo terminó Chicharito llorando de emoción. Era el partido de su vida. Y supo subirse al tren de la eternidad. Javier, así te bautizaron tus padres, te has ganado el corazón del madridismo militante. El club debe dejarse de buscar soluciones innecesarias y negociar con el Manchester United tu fichaje. Este derbi será recordado por nuestros hijos como “el del gol de Chicharito al Atleti...”.

Bendito Carletto. Lo de Ancelotti es de cum laude. Mientras que en el propio club todavía hay gente empeñada en ponerle la proa rumbo a Italia, él responde como ya hiciese en su primer curso: ganando títulos y prestigio. Su planteamiento del derbi es para enmarcar, dando una lección a Simeone que el Cholo va a tardar en olvidar. Adelantar a Ramos y blindar la defensa con Pepe y Varane desarmó el ataque y la zona de creación de un Atleti que jugó al límite del Reglamento (¿verdad, Raúl García?). Me gusta Ancelotti porque ante las cuatro bajas del Apocalipsis no habló del problema. Se limitó a encontrar soluciones. Eso diferencia a los grandes hombres de los hombrecillos. Ancelotti no es un propagandista ni sabe siquiera a qué altura se encuentra su ombligo. Se limita a hacer feliz a sus jugadores y a su afición. Da gusto convivir con profesionales así. Como gane esta Liga y la Undécima (¡allá vamos!), habrá que ponerle su nombre en la puerta 0 del Bernabéu...

Señales divinas. A las diez de la mañana me pasé por Cibeles y la vi más guapa y bella que nunca. Buen presagio. Después desayuné con mis vikingos de Alfoz un cocido en la taberna de Tito. Seguí disfrutando del madridismo de bandera en Casa Juan y terminé preparando el asalto a la gloria con Paulo, un portugués que ama a Cristiano y al Madrid en proporciones similares. La afición creía y quería. Olía a noche para el recuerdo. Y ahora, que toque el Bayern (Pep, ¿recuerdas el 5-0 global del año pasado?), el Barça o la Juve de Morata. Están radiantes los peñistas de Rincón de Soto, Alfoz, Azagra, Jumilla, Águilas, Peñarroya, Ólvega y Arnedillo. Como rezaba el gran tifo del Bernabéu: “Hoy nos dejamos el alma: vosotros en el campo y nosotros en la grada”. AMÉN.