Barça-Bayern: la eliminatoria perfecta

Le tengo una enorme simpatía a Sergio Ramos, el buen defensa del Real Madrid, objeto reciente de un poderoso descubrimiento: puede jugar con solvencia en todas partes, hasta de delantero centro, y quizá incluso de portero. Ha de tener entrenadores con personalidad que sean capaces de obtener de esa cambiante estancia en el campo el rédito debido y que no todo el mundo puede prestar.

Lo admiro, además, porque en los últimos años se ha manifestado, públicamente más que en el campo, como un caballero decente del fútbol que, al contrario de lo que hacen muchos de sus colegas, defiende a los compañeros que están a su lado igual que a aquellos que tiene como adversarios. Además, ha mejorado muchísimo su léxico, y esa es una consecuencia de su voluntad, como futbolista y como persona. Por eso, porque lo admiro por esos valores, me extrañó que el otro día introdujera la palabra huevos donde ya había dicho lo que tenía que decir: que su entrenador, Ancelotti, había sido capaz de entender que él podía hacer un servicio enorme al equipo cambiándose de sitio. Para eso, en efecto, hay que ser un entrenador con personalidad. Pero, si dijo personalidad, ¿a qué demonios venía eso de secundar el machismo ambiente poniendo en la cesta esa cosa tan antigua, y tan estúpidamente racial, como esa otra apelación a la testosterona?

Se puso haber quedado en la palabra personalidad y hubiera acertado. Y esa es la palabra que me ha venido a la cabeza, precisamente, cuando he escuchado el resultado del azar de la Champions: esa eliminatoria entre dos grandes aspirantes, las dos B grandes del fútbol mundial, es una eliminatoria con personalidad, por no decirlo con la palabra (lamentable) que Ramos sacó de su cesta. Si el fútbol fuera como lo practican (ahora y desde hace rato) Bayern y Barcelona el espectáculo del mejor deporte del mundo, al que tanta gratitud le debo, sería el más imbatible de los juegos, pues une azar y arte (y personalidad) a partes iguales.

Es una eliminatoria perfecta, también, porque genera incertidumbre; es como una gran expo del fútbol, una final adelantada que enfrenta, además, un enorme dilema sentimental. Se ha sabido que es imposible cambiarse de corazón en el fútbol, aunque uno sea susceptible de otros trasplantes, incluidos los del amor y los de la religión. El dilema es de Guardiola: ¿cómo no va a ser del Barça esas noches? Sé que la profesionalidad va por dentro (y tantas veces por fuera). Pero, en esta ocasión, ¿se le partirá el alma literalmente? Es una eliminatoria de huevos, con perdón: una eliminatoria perfecta.