Un regreso emocional y efectivo

El Niño no es ya El Niño. No es el futbolista sideral que huyó de soportar sobre su espalda el peso de un escudo, el que cambió de palabra antes de pasar a la posteridad abriendo el paraíso a la mejor selección española de la historia. No es aquel delantero imparable, ya no, pero a nadie le importa. Lo sabían el Atlético y los atléticos y lo sabía el propio Torres. Y aún así, el reencuentro supo a bendición y gloria, como dejó grabado el recibimiento de aquella fría mañana de enero que movilizó a sus fieles e irritó a sus detractores.

Pero El Niño, que es un regalo espiritual, un murmullo de excitación para la grada, una emoción que sólo aciertan a entender los que sienten la rojiblanca, ha resultado además en su regreso un futbolista determinante. A ráfagas, en pequeñas dosis, pero visibles ya en la contabilidad de este Atlético a la baja. Goles que han supuesto puntos, goles en momentos de máximo temblor, golazos también. Cuando acabe el curso y los documentalistas tengan que seleccionar las mejores obras, por ahí aparecerá el tanto en el Bernabéu cuando mandó al suelo a Pepe con un recorte, o el zapatazo ante el Barça, control y tiro, con el que puso a hervir el Calderón, o la galopada en Villarreal con rúbrica a lo Maradona, o incluso el testarazo del domingo en Valencia, más cercano a Godín que a sí mismo en aquel cabezazo sutil en Albacete cuando empezó todo.

El Niño ha sido el Atlético, un abrazo entre hinchas colchoneros, una canción que conmueve el Manzanares; ése era el trato. Pero también, y sin torcer el gesto en los ratos sin protagonismo, ha terminado siendo el recuerdo aún eficaz de un enorme futbolista.