Él, Messi

El gol. El de Messi es un gol simbólico de una actitud y de una complicidad futbolística. Él se empeñó en lograrlo, cuando el equipo estaba más espeso y el Madrid ya había puesto en peligro esta celebración prematura. Centró, recogió Pedro el centro, lo reexpidió hasta los pies del propio Messi y éste marcó un gol que premia una trayectoria, un año y un fútbol.

La trayectoria. Lionel Messi ha cambiado de manera radical este año: ya no es aquel que competía consigo mismo (y con Cristiano Ronaldo); compite con los contrarios a favor del fútbol. Dejó de ser el futbolista ensimismado que generó la desconfianza de los contrarios pero también de los suyos, porque no era seguro nunca que su ánimo y él estuvieran de acuerdo con la marcha de las jugadas.

Superlativo. A veces este futbolista superlativo se paraba como si en el universo hubiera cruzado una mosca que le diera mala suerte. Era más un caso de psiquiatra benévolo, experto en genios, que de entrenador diestro. Cuando se produjo el desastre de Anoeta (el desastre del que viene este triunfo) a Messi se le encendieron las alarmas porque también se le encendieron al Barça. Y mandó a parar. Él mandó a parar.

El año. Fue un año psicológicamente grave para el Barça; a partir de aquel desastre de Anoeta Luis Enrique estuvo al borde del infarto contractual; a Bartomeu me lo encontré algunas semanas después en Barcelona y me dijo que todo había sido una falsa alarma, que el entrenador hacía muy bien el trabajo y que no pensaba relevarlo. Luego se dijo, y probablemente es tan verdad como lo que me dijo Bartomeu, que había sido Messi el que había tomado el mando y había puesto a los suyos a elaborar a partir de las instrucciones más eficaces que puedan darse en el campo: las que se dan con la pelota en los pies. Pasó de ser aquel futbolista que agitaba la pelota como si fuera el chupete de su hijo y comenzó a pasar.

Él. Construyó el tridente que anoche se hacía fotos en el Calderón. Rescató del desánimo a Luis Suárez, activó para el fútbol asociativo a Neymar e hizo girar en torno a su ego esos egos revueltos de sus compañeros para constituir, al fin, una piña que contó con la complicidad genial de Iniesta, de Busquets, de Piqué y de Pedrito. Ese pase de ayer de Pedro el Grande de Abades significa mucho en este final de Liga, pues consolida de cara a Messi (y de cara al barcelonista) la figura del tinerfeño como un asistente y como un rematador de los que hay pocos.

El fútbol. Es una Liga merecida porque el fútbol ha predominado sobre los resultados. El Barça ha marcado muchos goles (¡ese tridente!) y ha encajado muy pocos; ha elaborado fútbol (¡ese Messi!) desde el medio campo; ha recuperado para el futuro a Xavi y ha puesto a rebobinar el fútbol que Piqué tiene en los pies. Ha sido un fútbol de primera categoría que ha recibido el impulso de un ánimo que estaba el año pasado dando boqueadas de aire. El periodo infantil del Barça, de aquel Barça, se ha superado con creces; ahora el Barça es otra vez un club robusto al que ha puesto a funcionar, con Luis Enrique como animador incuestionable, un incuestionable futbolista al que da gusto ver jugar, Lionel Messi, el triunfador de la Liga.