Deportistas y políticos no mezclan bien

El Madrid de baloncesto ganó la Euroliga, mérito mayor, y el éxito llevó aparejado el paseo por las instituciones, se supone que para ofrecer el éxito a la ciudad, su ciudad. Sólo que la ciudad no estaba abajo, al pie del balcón, sino sólo unos cuantos paseantes de la Villa, curiosos entre los que se entremezclaron parados, jubilados y transeúntes sin nada urgente que hacer. Menos incluso que los afanes de Ignacio González y Ana Botella, amortizados ya por su partido, el PP, pero que al menos pudieron asomar la gaita y asociarla, en estos sus días postreros, al éxito del Real Madrid de baloncesto.

Cada año veo más como una impostura forzada estas celebraciones. Los deportistas acaban su heroicidad casi vacíos e inmediatamente se entregan al derecho inalienable de su juvenil juerga personal, espontánea, sin reglas ni horarios. Pero se les obliga a interrumpir el pesado sueño posterior para mostrar la plata de su trofeo al político de guardia, en general alguien junto al que nadie querría retratarse en estos días turbulentos. Y ahí acuden ellos, mal despertados, disciplinados, pringando su noble imagen con la de esos seres que han trepado por cañerías oscuras hasta asomarse al mismo balcón.

Benditos deportistas, que comparten su noble esfuerzo con esa gente. En esos dos balcones que vimos ayer había buenos y malos, o buenos y no tan buenos. Había gente que ha labrado su éxito a la vista de todos, sin trampa ni cartón, los deportistas, y había otros que han descollado sobre todo en el maniobreo y que nos han llevado la ciudadanía madrileña a una sorda vergüenza compartida. Juntos, pero no revueltos, así les vi ayer en esos balcones, con Florentino y su sonrisa interesada en medio. Patrón de los buenos, amigo de los que no lo son tanto. Felicidades por esa Euroliga, en todo caso. A todos.