Ya no sólo huele a podrido en Dinamarca

Me produjo más que alegría melancolía el triunfo del Barça la noche del empate ante el Depor. Todo fue fantástico, y todos lo dijimos, pues se coronaba la vida futbolística de un jugador extraordinario, Xavi Hernández, un caballero que resolvió, con Casillas, con Del Bosque, uno de los momentos más graves de la vida de la Selección nacional.

Me produjo melancolía porque cada día me creo menos la honradez del fútbol, como ha venido a poner de manifiesto (que no a demostrar, todavía) la justicia norteamericana con respecto a los podridos manejos de la FIFA. Así que no me creí sin más que al Barça le hubiera dado una pájara después del segundo gol de Messi.

Es muy posible que mi susceptibilidad haya sido inducida por la historia tan reciente de todos esos casos, que siguen sin resolverse, de amaños de partidos por partes interesadas en cambiar fraudulentamente el curso de la historia.

Al Depor le hacía falta el resultado que obtuvo; el Barça venía de ganarlo todo, en buena lid, y ante el aplauso general; en buena lógica, también, tenía que ganar ese partido. Terceros fueron perjudicados por la pájara del Barça. ¿Fue pájara? ¿Hubo tongo? Lo peor, me parece, es tener que hacerse las preguntas. Pero uno se las hace porque algo podrido ya no sólo huele en Dinamarca.

Al fútbol le han salido pústulas malsanas; no es un buen momento para la confianza; por doquier resuenan los clarines del miedo: este desastre que estamos viviendo en directo no sólo atañe a los implicados: es el noble deporte de competición el que está en entredicho, y señores de la poltrona, que ni juegan ni entrenan, están desde esas altas esferas convenciendo a unos y a otros de que el juego es lo de menos, que lo verdaderamente importante es el resultado. Y el resultado, en este caso, no es únicamente el deportivo, sino sobre todo el económico.

Es un momento grave y no es una broma. Hoy el Barça juega ante el Athletic, en la final de una competición que concita a aficionados de mucha solera. Hay que descartar a priori cualquier sospecha de compraventa, como es natural, pero ¿qué pasará en esa otra final internacional que aguarda al Barça? ¿No se moverán voluntades? ¿No se habrán movido? Pues es evidente que no todo el mundo quiere que gane la Juventus y, por supuesto, señores, no mucha gente quiere que gane el Barça.

Eso, que es tan natural, pues la afición al fútbol no excluye la animadversión perversa al otro, se ennegrece cuando vienen estas noticias malolientes sobre el fútbol, pues es legítimo pensar ahora que, igual que se amañan las sedes de los campeonatos, se pueden amañar grandes partidos tan solo con mover el dedo de la voluntad que apunta al bolsillo.

Algo huele a podrido, a muy podrido, y a mí me da pena y melancolía y congoja.