El jugador inverosímil

Messi. Es insuperable…, de momento. Su inteligencia se basa en sus pies, conectados de manera milagrosa con una mente rápida y prodigiosa, como la mente del Nobel matemático John Nash. Su teoría de los juegos es como la teoría de los juegos de Messi: se fija en su pie al mismo tiempo que se fija en todas las casualidades de las que es capaz ese lugar del cuerpo en el que residencia la posibilidad de marcar. Y cuando una facultad y otra se ponen en marcha, activa la potencia de marcar (ese pie caliente que dice don Luis Suárez); entonces se producen milagros extraordinarios o pícaros. El primer gol que consiguió ayer forma parte de los primeros; y el último tanto que endosó al Athletic de Bilbao es parte de esa maravillosa picardía que aprendió en los potreros.

Cabriola. Enfadarse porque Neymar haga el juego que aprendió en las playas de Brasil es como enfadarse porque hace aire en las palmeras de Copacabana. Neymar es un futbolista de otro mundo; se acerca mucho a Romario o a Ronaldinho en habilidades suculentas y estrambóticas; a Ronaldinho le aplaudieron en Madrid sus adversarios haciendo cabriolas de esa clase; no tiene ningún sentido que a Neymar se lo reprochen futbolistas, precisamente; no cometió ningún crimen ni hizo otra cosa que dar rienda suelta al azar del juego. Oponerse a que lo haga es ponerle puertas al campo.

Vanguardia. La vanguardia del Barcelona es su defensa. Gracias a la defensa, he leído estos días, el equipo de Luis Enrique ha dado confianza a su delantera y le ha aumentado las virtudes que ya traía de fábrica. Hay que añadir a ese hecho la existencia de la verdadera vanguardia azulgrana, desde tiempos de Pep Guardiola: Busquets hizo una temporada excepcional; esta Copa del Rey le debe muchos de los elementos que la componen. Él es el director efectivo de ese juego de vanguardia que hace la media. Y Xavi e Iniesta son los que le dan lustre a ese modo de hacer de Busquets. Rakitic se ha incorporado con mucha destreza, y con una forma física verdaderamente memorable, a esa tripleta de la que depende el organigrama estético de un equipo que ayer por la noche tuvo momentos sublimes que venían de esos pies del mediocampo.

El himno. Esta polémica del himno es el cuento de nunca acabar; es cierto que han ensayado ambas aficiones, o sectores de ambas aficiones, el silbido casi unánime que se escuchó ayer en el Camp Nou. Es verdad también que los himnos no deben pitarse. Pero es verdad que la gente debe hacer en los campos lo que estime oportuno con los símbolos que se le pongan en discusión; hacer que un organismo del Estado entre ahora en liza para reprender a las aficiones es, de nuevo, ponerle puertas al campo. Las multas previsibles, si es que llegan a producirse, no van a aliviar para otras ocasiones esta tendencia a silbar el himno nacional en los recintos deportivos. Por otra parte, en seguida que acabaron el himno y sus secuelas se vio un espectáculo maravilloso de fútbol. Y se produjo, sobre todo, ese gol inaugural de Lionel Messi, que es como un trozo de oro sobre el césped. Entonces, ¿de qué estamos hablando, de fútbol o de lo que hay antes del fútbol? Un jugador imprevisible hubo ayer sobre el verde del Camp Nou. Acordémonos de que lo hemos visto jugar.