“Aquellas pequeñas cosas” del fútbol de competición

Estamos metidos en un embrollo nacional (e internacional): el fútbol ya no es lo que era y no lo será, además, para siempre. Lo que ocurre con la FIFA da una tremenda vergüenza, y lo que pasa con el fútbol español, ennegrecido por los escándalos patrios, por las deudas que martirizan a la afición más que a los clubes, y por el descuido institucional al que está sometido el fútbol federativo, con guerras intestinas y públicas entre los responsables de las competiciones y la Federación, hacen que se pierda la esperanza de un arreglo a medio plazo.

Aunque parezca una paradoja, al fútbol ya sólo lo puede salvar el fútbol. El fútbol bien jugado, el fútbol infantil o de cantera, el esfuerzo de padres y entrenadores, y de institutos y colegios, que siguen alimentando el maravilloso sueño compartido de jugar y ver jugar, y de aprender a jugar. El fútbol de competición está bajo sospecha, pero lo salva el fútbol propiamente dicho; por ejemplo, el Athletic-Barça que juntó a dos históricos, dos canteras ilustres, fue signado desde el principio (y después) por una polémica desgraciada (y mal alimentada) sobre la pitada al himno, pero el juego mismo fue excelso, extraordinario, el resultado de una dedicación técnica y artística que colmó las expectativas que siempre genera un gran partido.

Eso salva al fútbol, pues, la alegría de ganar, la dignidad de perder, la excelencia de someter el juego al azar y rendirse a la evidencia del mejor. Una amiga, Natalia Ramos, gimnasta y profesora de Educación Física, me explicó, en una ecuación científica, por qué el Barça jugó mejor: sus jugadores “utilizan mayor capacidad cognitiva de la habitual para la asociación; además, procuran un rendimiento oculo-motriz por encima de la media, una realidad científica que románticamente denominamos magia”.

Esa magia es la que se advirtió en muchas jugadas del partido, y esa capacidad para la asociación, que a veces fue diabólica, es lo que convierte al juego del Barça de hoy en un espectáculo tan gratificante que procura olvido para lo que de puertas afuera de los estadios está sucediendo en los oscuros despachos federativos, nacionales e internacionales.

Es de esperar que hoy este equipo que ha adiestrado Luis Enrique a ser como el de Guardiola pero mejorado traiga la quinta Copa de Europa que obtiene el conjunto azulgrana. Yo me alegraré por las pequeñas cosas del fútbol: porque ese es mi equipo desde que tengo uso de razón futbolística, porque ahí juegan personas a las que los aficionados tenemos en alta estima (Xavi, Pedro, Mascherano, Busquets…) y porque el entrenador ha sido capaz de arrostrar una revuelta de generales para hacer posible una conjunción que, como dice Natalia, constituye una magia.

En medio, el nubarrón del himno, una desgracia en la que todos sobreactúan. Ayer propuse en un programa de TV3 que deberíamos rebajar este souflé eligiendo una canción de Serrat, Aquellas pequeñas cosas, para empezar y concluir los partidos que tengan esas complicaciones institucionales. Y aquí paz y en Berlín gloria.