La UD regresa a la gloria tras la lucha de dos canteras

Dos grandes canteras frente a frente y una tenía que ganar. La UD Las Palmas no se resignó, jugó a tener el balón, con el estilo de sus antiguas proezas, cuando tenía en sus filas a Guedes o, más recientemente, cuando le dio sentido del juego Juan Carlos Valerón, y se impuso a los herederos de Lapetra, que han hecho un final de temporada que merecía al menos esta esperanza de ayer tarde.

No sólo fue una buena noticia para la UD (y para todos los que admiramos su historia amarilla) sino para el fútbol, pues el partido excedió las expectativas de la competición y se convirtió en una ocasión armónica en la que los jugadores estuvieron más pendientes de la realidad que de la gloria. Eso convirtió este partido a cara de perro en un encuentro de dos voluntades muy respetables.

Los aficionados al fútbol estamos asistidos, en los menos malos, cuando las cosas se tuercen, de la memoria de épocas mejores; para los que amamos el fútbol este partido era una reivindicación y una esperanza, y los dos equipos han hecho honor a esa historia común que los sitúa en la cabeza del respeto a la cantera. El fútbol de primera (como todo el fútbol) precisa de equipos así, aunque rara vez hayan estado en lo más alto de las tablas. El fútbol es una ilusión que proviene de cualquier categoría y de cualquier edad, pues desde la grada también se juega. Que este final de temporada, en todas las categorías, haya dado la oportunidad de este enfrentamiento ya era un homenaje al fútbol que queremos.

El partido en sí se correspondió con esa historia. El Zaragoza tuvo destellos grandes, puso en un rincón a la UD en algún momento de los 90 minutos, pero en el equipo de mi tierra se dio una circunstancia que, una vez más, desmintió esa manía peninsular de creer que los canarios, como criamos plátanos, estamos aplatanados. Ese gol de Roque marcó, con una impronta indeleble, lo que más vale en estos partidos de campeonato: que la voluntad es consecuencia del arte y viceversa. Sin esa voluntad volcánica de este muchacho de Telde (que además se llama como el más emblemático de los lugares isleños, el Roque Nublo) no se hubiera abierto el marcador, tenazmente conservado a cero por un portero notable, Bono. Y fue la tenacidad, heredera del arte también, la que le concedió a la UD, en los pies del argentino Araujo, la oportunidad de regresar a lo más sólido de su ambición: la Primera División.

Estos grandes partidos históricos, pues vienen de la historia, tienen también su impronta sentimental. Entre mis mejores amigos cuento con Luis Alegre, del Zaragoza, y con Diego Talavera, de la UD. Luis es la alegría de perder para ganar y Diego es la incertidumbre. Le dije, antes del partido, que su equipo del alma ganaría 2-0, por animarle, pues no soy Acisclo Karag. Si hubiera ganado el Zaragoza esta eliminatoria lo hubiera entendido también y le hubiera asegurado a Luis mi compañía fervorosa en la travesía de Primera. Pero así es la vida: ganó Diego. Él me envió al final del partido este mensaje: “El fútbol le debía una a la UD”. Pues ahora se la debe al Zaragoza. Ojalá vuelva ese gran equipo a disputar en la división de la gloria… con la Unión Deportiva Las Palmas.