¡A Isco no me lo toca nadie!

Eso es lo que me dijo el sábado un peñista apasionado en Calanda, el coqueto pueblo de Luis Buñuel, conocido también por sus melocotones y la Rompida de Semana Santa (¡10.000 tambores tronando a la vez!). Eso es precisamente lo que ocurriría entre la afición blanca si el futuro de Isco corriese peligro. Tamborrada generalizada. Desconcierta asumir un panorama sin Casillas (todos los caminos conducen a Roma) y sin Ramos (ojalá se arregle, hay tiempo). Pero Isco sí que es ahora mismo innegociable para la grada del Bernabéu... y del resto de España. Isco es la actual bandera emocional del Madrid.

Recuerdo el partido de Elche de este año. La animosa afición ilicitana silbaba a Cristiano, Benzema y Bale cada vez que tocaban la pelota, pero irrumpía en aplausos cuando la cogía y domaba Isco. Y terminaron coreando su nombre como si tuviese una franja verde en el pecho de su camiseta. Isco es un jugador de culto, diferente, de los que justifica el precio de una entrada con un par de detalles técnicos. Rafa Benítez ha sabido valorar ese paladar del aficionado y ha tranquilizado al chaval. Claro que no le garantiza la titularidad, pero jugará muchos partidos y más con la política de rotaciones que es tan del gusto del madrileño. Isco no se toca, Isco no se vende. La magia seguirá anidando en el Bernabéu...