El fútbol es una amarga crónica del desamor

Disculpas. Debo pedir disculpas a aquellos que me leyeron diciendo que era más posible que fuera presidente del Barça el legendario Laporta que el nuevo Bartomeu. Se me fue el baifo, como decimos en Canarias, y la realidad reciente me ha ido quitando la razón. Joan Laporta ha actuado por encima de sus posibilidades y ha despreciado un poker de ases bastante irrebatible. Este 18 de julio se dilucidará el misterio, pero ahora estamos en condiciones de decir que el aplomo de Bartomeu vale más para este periodo del Barça que la política de trueno de Laporta. ¿El resto? Cuando uno va a Barcelona y escucha a unos y a otros ve muy claramente el estado de la cuestión: este es un debate a dos, como un partido de fútbol. A Laporta le estalla en las manos el éxito de Luis Enrique, y como no puede desactivarlo es Bartomeu el que lo va a explotar.

Abrazo. Hubo un momento en que Luis Enrique pudo haber sido la dinamita de Bartomeu, pero este hombre que trabaja creando puentes (puentes para que la gente entre en los aviones, esa es la naturaleza de su empresa) supo aguantar el chaparrón y se hizo con un bagaje que pudo haberle destrozado la cara pero que al final lo dejó más guapo que un san Luis, con tres campeonatos difíciles en la vitrina. Tres semanas después de que el Barça naufragara en Anoeta me encontré a Bartomeu en un entierro, el del editor José Manuel Lara; ahí me dijo que se hallaba muy contento de haber actuado con paciencia, pues no había nadie sino él que diera un euro por el entrenador que dejó a Messi en el banquillo. Esa paciencia de Bartomeu en medio del clima de dimisión que rodeaba al entrenador fue como un abrazo a Luis Enrique.

Interferencia. A partir de entonces, la directiva azulgrana cometió algunos errores (un directivo fue capaz de decir que no era un disparate pensar en el traspaso de Messi) pero no naufragó: cuidó por igual al entrenador y a los futbolistas no haciendo nada ni para irritarlos ni para enfrentarlos. Contó para ello con la ayuda inestimable de Xavi, que calmó ánimos como si fuera un psiquiatra. El resultado de esa ayuda fue la gratitud que mostró la directiva hacia el excelente futbolista que ya se ha ido y la paz del vestuario, al menos de puertas afuera.

Desamor. La moraleja de este cuento está ahora en la otra acera: Casillas hizo lo posible por mejorar el vestuario madridista, pero la directiva ha terminado dándole la razón al que quiso desestabilizar al propio Casillas. El resultado de ese desamor es el doloroso fin de una de las más estables relaciones que haya tenido el fútbol español. No es una casualidad que Xavi se fuera por la puerta grande y que el mejor cuidador que ha tenido la puerta del Real Madrid se haya ido como si fuera un apestado. Lástima. Por él era yo un poco del Real Madrid.