Súbditos de Chris Froome

Se pasó el Aspin, y Froome tan tranquilo. Se pasó el Tourmalet, y lo mismo. Se llegó a Cauterets, e igual. No es que llevaran al líder en carroza, pero que no pasó ningún susto, también. Y la etapa se las traía. Esos tres puertos, encadenados en los últimos 80 kilómetros; antes, otros tres de menor categoría para ir animando la cosa. Fue una lástima. Un etapón, y no sucedió nada a efectos de la clasificación general. Ver a Contador, Valverde, Quintana y Van Garderen detrás de Froome sin inquietarle ni en las subidas ni en las bajadas dejaba la imagen de súbditos que admitían la superioridad de su líder. Quizá sea así. Es más, seguro que fue así. De lo contrario alguno le habría atacado. Si nadie lo hizo fue porque no había fuerzas.

El ciclismo así es muy aburrido, pero es el ciclismo que se lleva en el Tour desde los tiempos de Armstrong. El más fuerte, futuro vencedor, pega un mazazo y deja a los demás con las fuerzas justitas. Tal es así, que las pocas que les quedan las conservan para llegar hasta París, o a la espera de que un día los hados les sean favorables. Para eso, el Giro y la Vuelta resultan carreras mucho más divertidas. Al menos, rebeldes. El Tour levantará mucha expectación, pero en los últimos años está resultando soporífero. Recuerden las victorias de Wiggins, Froome y Nibali. Ahora esto lleva la misma pinta. La etapa del Tourmalet resultó tan emocionante como si se hubiera celebrado una en llano con llegada al sprint. A ver si en el Plateau de Beille...