Antiviolencia entró en la pita al Himno

La pitada al Himno vuelve sobre nosotros, como un fantasma de un pasado próximo. Las sanciones que propone Antiviolencia nos resucitan aquella escena desagradable, el reparto de pitos, el rey novato abucheado con saña, la sonrisa cómplice de Artur Mas. Un asunto feo, porque el deporte se entiende que no está para esto, sino para crear cercanías. Las tensiones políticas tienen cauces de expresión suficientes, desde largas cadenas humanas hasta la papeleta en la urna. Y sin embargo resulta difícil separar un acontecimiento como una final de Copa entre Athletic y Barça del entramado político.

Lo viví como un exceso, algo con un contenido de ensañamiento injusto. No era el rey de la cacería en Botswana, que fue lo que desencadenó la primera pita en una final como ésta, hay que recordarlo. Tratando de explicar por qué se produjo tal exceso se pueden sumar varios motivos: separatismo convencido, irritación contra el Madrid, que no dejó su estadio, repudio general a un país que enriquece a sus ricos y empobrece a sus pobres, mera algarabía sanferminera... Y falta de actitud previa contraria de los clubes. Y la preparación concienzuda de las asociaciones independentistas.

Ahora viene esta propuesta de sanciones que me crea una sensación equívoca. Por una parte, algo había que hacer, aunque me temo que ese algo ha venido un poco a remolque de la decisión previa de la UEFA de sancionar las esteladas en Berlín. Pero mientras a muchos les parece que la ofensa al Himno y al Rey ha salido barata, los otros se quejan de atropello a la ‘libertad de expresión’, pero les viene de perlas. Al independentismo le alimenta la espiral acción-reacción. Un asunto feo, como fea y grosera fue aquella pita cargada de ensañamiento contra un rey joven que no había matado ningún elefante.