Lorenzo, la madurez de un rebelde

Decir que Lorenzo es un grandísimo piloto resulta una obviedad. Sus cuatro títulos mundiales, repartidos a partes iguales entre 250cc y MotoGP, hablan por sí solos. Pero más allá de esta evidencia, para mí resulta realmente valiosa la evolución que ha experimentado también en lo personal, una capacidad que le puede resultar muy útil ahora que busca una nueva corona en dura pugna con nada menos que Rossi. Claro está que ha cambiado mucho, no podía ser de otro modo si recordamos que llegó a los grandes premios con 15 años; lo destacable es que en ese proceso ha sido capaz de reconducir algunos rasgos de su carácter que le condicionaron e incluso perjudicaron de forma ocasional.

Conocí a quien se hacía llamar ‘Giorgio’ años antes de su debut en el Mundial. Le sacamos en el AS como un fenómeno de precocidad porque su mentor, Dani Amatriaín, me habló con insistencia de él y de la necesidad de apoyarle. Entonces, cuando era sólo un niño, tuve una intuición: haría grandes cosas en este deporte o acabaría en un correccional. Era un crío rebelde, inconformista, obsesionado con el triunfo y con un entorno muy especial. Por fortuna para él y para el motociclismo el destino le llevó hasta donde se encuentra, madurando con más acierto del que yo habría pronosticado. Una progresión personal tan trascendental como la deportiva: un campeón siempre lo será, pero también ha aprendido a ser un tipo más feliz.