Pedro contra el destino

El Santo. Siempre tuvimos los barcelonistas de Tenerife un santo varón en el Barça; tuvimos a Foncho, que fue uno de los héroes del Barça de las vacas flacas; y ahora hemos tenido a Pedro: Pedro, Pedrito, don Pedro, San Pedro. Los patronímicos pétreos han ido cambiando a medida que el muchacho de Abades ha ido consolidando la contribución de su juego, hasta llegar a su punto culminante de personalidad y de juego. San Pedro bendijo la victoria del Barça cuando al equipo se le había borrado el rostro en el tramo final del encuentro.

El gol. Ese gol de Pedro, casual como toda obra de arte, provino de una jugada estrictamente barcelonista: cuando el equipo se sosiega y Messi recoge el testigo que le da el árbitro y dispara como si rompiera las manos, la cara, el esqueleto del contrario, hace falta que una pierna decisiva entre a matar, manifestando así una venganza que esta vez no era contra el contrario sino contra el destino. Este gol de Pedro, y la sucesiva celebración del mismo, no fue únicamente un tanto sino una metáfora de la contribución del buen futbolista canario a la historia azulgrana.

La locura. El gol despertó en Pedro al sureño que lleva dentro: el sureño de las islas se distingue por haber aguantado el sufrimiento de la lejanía, y alguna vez del hambre; la paciencia con la que ese ser de lejanías aguantó el mal viento de la historia, un día desata la histeria razonable, el noble grito. Y la celebración de Pedro, esa locura suya, fue más que una manifestación de júbilo una carta en el buzón de la incomprensión a la que el negocio del fútbol somete a sus héroes.

El trofeo. Así que su trofeo, el que recogió al final con la melancolía que corresponde a la significación de su victoria, es una especie de esquina de su propia biografía. Una esquina gloriosa, pero melancólica al fin, triste, pues él no se va porque quiere, sino porque ahí lo ha empujado, como a los sureños, el viento sin freno del fútbol.

El Sevilla. El equipo andaluz acometió una heroicidad que se pareció a la de Pedro: desahuciado del partido, como suplente de sí mismo, el grupo de Emery se sometió a la humillación de la nada a la que había sometido por el lujoso partido con el que se inició Messi. Pero después se levantó, hasta conseguir el borde del júbilo. Se apagó el Barça, se alejó de sí mismo como una pavesa llena de plomo, y ni Messi recuperó el resuello estético que al final lo convirtió, de todos modos, en el mejor del partido.

Indignación. La indignación de Luis Enrique encontró alivio, al final, gracias al futbolista al que no sólo dejó en el banquillo sino al que ha sometido, por el azar imperioso de la evolución del fútbol que él mismo ha impuesto, a una suplencia que se rompió de milagro pero que ahora es ya una contradictoria despedida: se va ganando, siendo el héroe de esta final de la Supercopa de Europa.

Campeones. La verdad es que pudo haber ganado cualquiera. Al Barcelona le sobró melancolía cuando estaba soberbio y al Sevilla le rompió el aliento. Pero San Pedro, al fin, abrió la puerta del cielo al equipo que ahora le va a cerrar la puerta de su historia. Así es la vida. Pedrito lo sabe. Viene del sur. Y ahora es (otra vez) un campeón.