El banquillo amarrategui de Benítez

Viendo el banquillo del Madrid en Gijón, uno podía encontrar un portero suplente, como es menester, tres defensas (Carvajal, Pepe y Nacho), un medio de contención (Casemiro), un medio de construcción (el flamante Kovacic) y un media punta (James). Este último era lo más parecido a un delantero para mejorar el esfuerzo atacante. Cuatro defensas tenían tres suplentes, los dos medios salían a suplente por barba, para cuatro atacantes sólo había un reemplazo, James. Benzema está lesionado, vale. Pero Cheryshev quedó descartado en Madrid y Lucas Vázquez vio el partido desde la grada.

Dijera luego lo que dijera Benítez, que fue económico con la verdad, ese banquillo reflejaba que le preocupó más una portería que la otra. Y, dicho sea con ánimo de hacer una caricatura oportuna, choca que un equipo que sólo ha encajado tres goles en nueve partidos pero que se ha quedado en cinco de ellos sin marcar esté enredado en traer a otro portero, De Gea, cuando no hay nada contra Keylor ni Casilla, y no a un goleador. Benítez negó disciplinadamente que lo esté pidiendo. Dice que confía en que Benzema alcance la cifra de 25 goles, poco heroica si hablamos del ‘9’ del Madrid.

En fin, que Benítez salió en Gijón con toda su fe puesta en el gol de Cristiano, que esta vez no llegó. Porque no le pitaron un penalti, porque Cuéllar le hizo una parada buena en el primer tiempo y otra imponente en el segundo y porque se le escapó un cabezazo claro a gran pase de James, sufrido suplente, ya me dirán por qué. El caso es que todo el ataque del Madrid fue primero Cristiano, luego Cristiano y después Cristiano. Su gol fue lo que le falló a Benítez para justificar su quilombo, por eso se comió otro rosco en el marcador propio. Y creo que lo mereció, por ese banquillo amarrete que le delataba.