El colegial díscolo arrepentido

Los que conocen de cerca a Gerard Piqué saben que sus bromas no dañan. Sus antiguas novias se lo perdonaban todo, incluso cuando aparecía ya con otra; desde chico tenía un carácter novelesco y burlón, en primer lugar contra sí mismo. Y eso lo hacía simpático. Podía ser el primero de la clase y comportarse como el último, y al revés. Era un buen compañero, al que se aceptaba en todas las juergas. Es, en la edad adulta, un reflejo fiel de aquel muchacho. En la fotografía en la que se ve a los azulgrana despidiendo de Pedro hay dos personas especialmente atentas, Messi y Piqué. Es probable que eso ocurra porque los dos son de esos chicos a los que les gusta que les vaya bien a todos los de la clase, pero especialmente a los que no destacan del todo porque no son capaces de ir con el ordeno y mando por delante.

Ese muchacho es el que, en el caso de Piqué, ha aflorado ahora en esa declaración de respeto por los árbitros. Es muy posible que nadie le crea. Pero los amigos que lo transitaron desde que era chico sienten, seguro, que este Piqué de hoy es más Gerard que el que se salió por peteneras el otro día.