Tres suertes distintas de condena

Johnny Herrera. Chile, fútbol y coches, una mezcla problemática. Arturo Vidal sobresaltó al mundo durante la Copa América por su accidente al volante de un Ferrari con exceso de velocidad y en estado de embriaguez. La obsesión por el título y una persuasiva indemnización al conductor embestido lograron que el fútbol y la justicia miraran para otro lado: dos charlas benéficas, un guiño a los bomberos y libre. Johnny Herrera, también campeón de América como segundo portero, titular de Universidad de Chile, comenzó a cumplir la noche del lunes el peculiar castigo por una fechoría más grave: 41 días de reclusión nocturna domiciliaria por quebrantamiento de condena. En diciembre de 2013, Herrera fue sorprendido conduciendo un Porsche, pese a que otra sentencia (tras atropellar y matar a una estudiante) se lo tenía prohibido. De lunes a viernes, los carabineros (la policía de Chile) acudirán cada noche a su casa para comprobar que, desde las 22:00 hasta las 06:00, ahí sigue. Los partidos que se disputen durante ese horario no los podrá jugar. Sí los que se celebren durante el día y en fines de semana. Privilegios de futbolista.

Paulo Garcés. Evitar un gol a veces genera desastrosas consecuencias. Pero los héroes no preguntan. Y Garcés, el tercer portero de Sampaoli, el primero de Colo Colo, lo es. Se lanzó a por ese balón envenenado y en el viaje sufrió una grave luxación de hombro. Se retiró con lágrimas en los ojos consciente de lo que ayer se confirmó: seis meses de baja, todo el Apertura. Un drama para alguien que aceptó con enorme dignidad sus meses de suplencia y el terremoto que se le vino después cuando conquistó la titularidad (sentar al veterano paraguayo Justo Villar, ex del Valladolid y tipo con galones, no es asunto fácil). Colo Colo conserva el liderato, Villar recupera la titularidad que reclamaba y Paulo Garcés pasa hoy por el quirófano: “Estaba viviendo un sueño, acabo de despertar. Es muy duro, pero sabré reponerme”. El fútbol.

Thiago Silva. Un ocaso inesperado. Para muchos, el mejor central del mundo. Incluso por delante de Godín. Fichado en su día por el PSG a precio de delantero, un sueño imposible incluso para equipos de tan grueso talonario como el Barcelona. 30 años de defensa elegante y rápido, goleador eficaz en las acciones a balón parado, al que los brasileños le han perdido el respeto (en la Prensa se llega al insulto) y la fe. Primero fue su llanto durante la tanda de penaltis ante Chile en el pasado Mundial: un capitán no puede llorar, fue la sentencia. No participó por sanción en la humillación del 1-7 ante Alemania, pero se le retiró el brazalete a la siguiente (se lo quedó el exatlético Miranda). Un mes de julio después, una mano incomprensible dentro del área, que propició el empate de Paraguay y luego sacó a Brasil de la Copa América, lo dejó sentenciado. Ya no está ni en el equipo. Thiago Silva no se lo explica, pero su nombre desapareció de la lista para enfrentar a Costa Rica y Estados Unidos la próxima semana. Dunga no perdona.