Primera evidencia: la Fórmula 1 es un deporte de equipo; segunda: Toro Rosso tiene este año a los dos jóvenes pilotos con más talento de los últimos tiempos; tercera: los trabajadores deben obedecer a quienes les pagan, también en un circuito; cuarta: la ambición de Verstappen ha podido más que su inteligencia; quinta y última: se abre una nueva época en la relación entre el holandés y Sainz. El madrileño ha quedado por detrás del su compañero en el GP de Singapur pero en realidad diría que le ha ganado, ha demostrado que su madurez y su compromiso con la escudería están muy por encima, lo que a medio plazo debería reportarle mayores beneficios que ganar una posición en una carrera. Sobre todo en un proyecto tan draconiano como el de Red Bull.

Carlos pidió a Toro Rosso la oportunidad de adelantar a Max para, a continuación, intentar hacer lo propio con Pérez. Se comprometió a devolver la posición si no conseguía sobrepasar al Force India, algo para lo que se veía capacitado al llevar neumáticos más frescos. Además, se sentía legitimado en su reivindicación en cuanto que él había hecho lo mismo hasta en tres ocasiones esta temporada, según reveló después. No sabemos si la orden de la escudería llegó tan tarde como se escuchó por radio en la transmisión (y por tanto tenía ya poco sentido) pero la clave del asunto no es ésa sino la desobediencia de Verstappen. Sin entrar en más consideraciones, ha dejado claro que sus intereses particulares están por encima del equipo. Mala cosa en un principiante…