Parábola del portero que no sabe que lo es

El sitio del campo que más literatura ha producido en la historia del fútbol es la portería. Hay ahí una fascinación natural: el portero está solo, vive solo la aventura del equipo, cuando éste ataca, y celebra solo los triunfos, se duele sin más consuelo de las derrotas, pues cuando se saca de centro los demás están cariacontecidos en sus respectivas posiciones, adiestrándose para recuperarse.

Mientras tanto, el portero está debajo de los palos, como un alma en pena. Eso convierte a los porteros en tipos generosos y también huraños. Algunos porteros son especiales. Lo fue Cañizares, que se tiñó el pelo para ser otro; lo fue Ramallets, que era ensimismado como un hombre perseguido por una sombra que él convirtió en una pelota de cuero. Y lo fue, por ejemplo, Iker Casillas, que ahora se enorgullece de reír, porque durante años tuvo encima de él la mirada, aviesa muchas veces, de aficionados que, siguiendo otros dictados, decidieron no quererlo.

Ahora tenemos un portero cuyas características, si dura en ese sitio, puede generar páginas y páginas de literatura. Se trata de Ter Stegen, el joven portero del Barça, que ahora ocupa, por accidente, la titularidad absoluta; antes le disputaba a Bravo esa titularidad, y entonces era seguro y buen funcionario, capaz de situarse donde tenía que estar, como si temiera al vacío de ser portero sin sitio o sin puesto en la alineación. Ahora que está solo (ante el peligro, precisamente), Ter Stegen ha desarrollado una personalidad errática que seguramente es tan circunstancial como su titularidad; consiste esa situación errática de su personalidad en el riesgo que toma ante determinadas jugadas que vienen dadas por la lógica del fútbol: lo natural es que cuando ataca el equipo contrario él se sitúe allí donde mandan los cánones.

Pero él se adelanta, incluso gira sobre sí mismo, como si el vendaval que le espera fuera de ficción y él lo pudiera atajar con la vista y no con las manos.

Un experto en fútbol (y en muchas cosas) me decía el otro día que Ter Stegen nos daría (a los barcelonistas) más días de gloria que Zubizarreta, por ejemplo, que fue un portero racionalista y que precisamente fichó a Ter Stegen. Me lo dijo antes del partido en Vigo, y me quedé pensando con sinceridad en esa profecía.

Probablemente mi amigo quería indicarme que todavía no era el tiempo de Ter Stegen, que cuando madure será de veras quien Zubizarreta soñó. Los aficionados somos duros de roer, así que esperaré, probablemente a la vida futura, a ver a Ter Stegen colmar nuestros sueños. Pero para eso este joven debe regresar alguna vez a la portería, en lugar de ir persiguiendo por ahí las musarañas.

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