Correa, Raúl García y la épica

El de ayer era un partido de épica. Todos los derbis lo son. Y, en el Atlético, si la épica tiene un nombre ese es Correa. “Viene de pelearle a la muerte y se nota”, lo dice el Mono Burgos. Y amén. Pues Correa fue lo mejor del Atlético en una primera parte en la que, por primera vez en muchos derbis, el Atleti que saltó al campo no era el Atlético del Cholo. Le faltaba algo. Quizá intensidad, morder, presionar. El Madrid tenía el balón y el juego como sin despeinarse, como si no costara. Sólo cuando Correa lo agarraba, el Calderón contenía el aliento. Remataba, se metía entre Kroos, Varane y Casemiro buscando el gol, la oportunidad, con sus botas naranjas, su fútbol potrero y descarado, y ese regate que recuerda al Kun Agüero y que parte cinturas rivales como si fueran ramas secas.

Pero al descanso, sólo Correa no valía y el Calderón echaba terriblemente de menos a un futbolista que ya no volverá a vestir esta rojiblanca, al menos de momento, Raúl García. Su garra, su espíritu, su jugar cada derbi como si fuera el último partido de su vida. Y algo pasó, el partido cambió, como si la grada al recordar a Raúl García, hubiera hecho un Abracadabra. Porque en la segunda parte el Atlético tomó el balón y se fue hacia Keylor como si no hubiera mañana. Como lo hace el Atlético del Cholo, con alma, con pasión. Y así Vietto marcó ese gol que hace que duela menos el cabezazo de Benzema y el penalti fallado de Griezmann. Había entrado por Correa en el 60’. Está claro, en el cambio, le traspasó toda su épica. Y, curioso, también llevaba las botas naranjas.