Votemos todos los aficionados

El fútbol es de los aficionados, como los países son de los ciudadanos. La democracia, un feliz invento griego, aunque imperfecto, ha dado de sí una máxima que el fútbol debería usar: un aficionado, un voto; un ciudadano, un voto. Cuando no existe democracia, porque esta ha sido derribada o porque es inexistente, las sociedades se pudren.

Alos ciudadanos se le hurta la posibilidad natural de elegir, y seres que se consideran elegidos por los dioses o por sus secuaces mandan sin límite alguno. Es tan grave esta ausencia de leyes democráticas para resolver conflictos que ya parecen connaturales al fútbol que los que mandan se juntan para impedir la elección de los mandados. El resultado es este carnaval que ahora desemboca en España y adquiere el nombre propio del directivo más cuestionado de la reciente historia de nuestro fútbol: Ángel María Villar.