La ‘concha’del lenguaje

Los eufemismos que perduran acaban contaminándose con el significado al que acompañan. Por ejemplo, “nabo” fue un eufemismo de “pene”, pero ahora quizás suene peor incluso que la palabra malsonante a la que sustituía. Lo mismo sucedió en algunas zonas de América con “concha”, que se creó para reemplazar a “coño” y acabó peor aún.

Algún parecido se vería allá entre una concha cerrada y el órgano sexual femenino, y por eso lo llamaron así; lo cual no es de extrañar, pues en España se usó y se usa el similar “almeja”.

Por tanto, los americanismos “la concha de tu madre” y “la concha de tu hermana” encuentran una equivalencia clara en el español de España.

Mascherano usó esa segunda locución, y tuvo la desgracia de que ya estemos muy al tanto de esa equivalencia. Por el contacto con Argentina y por multitud de anécdotas. Por ejemplo, la ya conocida del académico y presidente del Instituto Cervantes, Víctor García de la Concha, cuyo nombre escriben los diarios de aquel país solamente como “Víctor García”.

Si Mascherano hubiese dicho lo mismo en sueco, nadie se habría enterado. Pero hemos podido oír la expresión “la concha de tu madre” a muchos argentinos, y leerla en las novelas de Mario Vargas Llosa (en Conversación en la catedral) o de Alfredo Bryce Echenique (en Un mundo para Julius). Y “la concha de tu hermana” se documenta por ejemplo en un libro del periodista argentino Carlos Polimeni.

Pero no adquieren la misma importancia ambas locuciones. Mis amigos argentinos testifican la mayor gravedad de la primera. Seguramente porque todos tenemos una madre, mientras que las hermanas son cuestión del azar. Cualquier ofensa a una madre se reproduce en nuestra mente con una figura concreta, pero quien nos dice “la concha de tu hermana” no sabe quizás si existe esa hermana o no. O si tenemos varias, en cuyo caso no se adivinaría tampoco a cuál de ellas se dirigió el insulto en concreto. De hecho, creo que nadie ha publicado si tiene hermanas el juez de línea afectado.

El Diccionario académico incorporó en 1992 la acepción de “concha” con el significado argentino, marcada como americanismo y con esta definición: “Coño. Parte externa del aparato genital femenino. Es voz malsonante”. Así que todos estábamos avisados desde entonces.

La Academia considera también que insultar es “ofender a alguien provocándolo e irritándolo con palabras o acciones”. Y en ese caso, todo hace pensar que Mascherano ofendió al juez de línea. “Menospreciar” equivale a “tener a alguien en menos de lo que merece”. Y no se tiene precisamente en alta estima a quien se le recuerda el órgano sexual de su hermana, porque eso mismo no lo habría hecho el jugador con el presidente de su club. Ahora bien, no será menor el dato de si el asistente tiene una hermana o no. Porque si es hijo único la ofensa se diluye.

Sin embargo, los insultos dependen de cada circunstancia, como todos sabemos. A veces los usamos con todo el cariño, incluso con admiración. Y otras, con furia. Lo que importa, por tanto, es la intención. Y la cara de Mascherano fue muy transparente al respecto.